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domingo, 5 de septiembre de 2010

EL DIACONO, SERVIDOR DE LA COMUNIDAD


Desde siempre la imagen del pastor que guía el rebaño es una de mis preferidas; es Jesús la estampa del pastor ideal, el pastor modelo, el buen pastor frente a los pastores de oficio. (Jn 10, 1 ss) Todos tenemos el recuerdo de la figura del pastor que desde pequeño hemos contemplado una imagen muy querida por los primeros fieles, y que forma parte ya del arte sacro cristiano del tiempo de las catacumbas. ¡cuántas cosas nos evoca aquel pastor joven con la oveja sobre las espaldas¡. Y es durante el periodo pascual cristiano donde se anuncia con insistencia al Buen Pastor, en el que se recogen todos los años pasajes de esa bella alegoría con que el evangelista San Juan representa la figura de Jesús. La Pascua ha sido el momento en que Cristo ha demostrado ser el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas. Realmente su vida fue la prenda de nuestro rescate, sin su vida compró la nuestra; gracias a esta entrega nosotros hemos sido rescatados. “Yo soy la puerta. Si uno entra por mi, estará a salvo”. (Jn 10,9).

En el Antiguo Testamento, Dios mismo es representado como Pastor de su pueblo: “El Señor es mi Pastor, nada me falta” (Sal 22,1). “El es nuestro Dios y nosotros el pueblo de su parto” (Sal 95,7). El futuro Mesías también es descrito con la imagen del Pastor: “Como Pastor pastorea su rebaño recoge en brazos los corderitos, en el seno los lleva y trata con cuidado a las paridas”. (Is 40,11). El Profeta Ezequiel nos marca el pastor fiel como la figura del Mesías: “Yo mismo cuidaré de mi ganado y le pasaré revista. Como pastor pasa revista a su ganado cuando se encuentra entre su grey dispersa, así pasaré yo revista a mis ovejas”. (Ez 34, 11-22) Esta imagen ideal del Pastor encuentra su plena realización en Cristo. El es el buen Pastor que va en busca de la oveja extraviada, se apiada del pueblo porque lo ve “como ovejas sin pastor” (Mt 9,36). Llama a sus discípulos “el pequeño rebaño” (Lc 12,32), Pedro llama a Jesús “el Pastor de nuestras almas” (1P 2,25), en la carta de los Hechos “el gran Pastor de las ovejas” (Hch 13,20).

La pesadilla de los pastores de corral, por aquellos momentos históricos, eran las bestias salvajes y los salteadores; era el momento en que se evidenciaba la diferencia entre el verdadero pastor y el voluntariado que se pone al servicio de algún pastor solo para la paga que recibe, pero no ama. En la iglesia los pastores deben mirarse, inequívocamente, en Cristo, nuestro verdadero Pastor.
Desde el nacimiento del mundo, de las relaciones humanas y en todos los niveles, se necesitan lideres dignos, educadores, capacitados, padres, responsables, buenos pastores. Hoy en día, desgraciadamente, hay crisis de liderazgo y de autoridad.

En nuestra cercanía vocacional, ser pastor en el ministerio de la diaconía es dirigir, ir en la vida por delante de los demás con obras y palabras, vivir para el otro y no a costa del otro, adquirir un compromiso de permanencia sin limites junto al pueblo llano, entablar una relación personal con los feligreses, conocer sus nombres y su vida, compartir gozos y esperanzas, tristezas y angustias. Sin estos valores no se podría ser buen pastor. Ser buen diácono, no sólo desde un templo, o un lugar sacro, sino que un buen diácono es aquel que convive con la comunidad, sabe de sus dolores, los acepta, los entiende, los abraza…Es ser servidor de la comunidad. “Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco y ellas me siguen y yo les doy la vida eterna, no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mis manos” (Jn 10, 27-30) Quienes no viven este modelo de pastor, son ajenos a los sentimientos de sus ovejas, de los feligreses, de su comunidad.

Una cualidad que debe tener un buen pastor, es decir, el diácono, es el amor mutuo, como de pastor a las ovejas, de las ovejas al pastor; un amor sin límites, capaz de darse la vida mutuamente. Esa es la comunidad proyectada por Dios, y es que el amor del diácono hacia su comunidad debe ser tan grande que aunque vengan enormes dificultades, nunca la abandonará. “Tened cuidado de vosotros y del rebaño, que el Espíritu Santo os ha encargado guardar como pastores de la Iglesia de Dios, que él adquirió con la sangre de su Hijo”. (Hch 20, 28-38).

Ser pastor, ser diácono hoy en día, no es nada fácil, sobre todo si está dispuesto a dar la vida por las ovejas. El buen pastor, el buen diácono, debe ser aquel que desee vivir la caridad pastoral, prolongar las palabras y los signos de Cristo. Afortunadamente puedo dar fé que son muchos los que estarán siguiendo, y continúan, este llamamiento.

Pero el Señor quiere y desea más, porque “la mies es mucha y los obrero pocos”. El servidor de la comunidad, el diacono, debe luchar con todos los medios a su alcance para que el pueblo, la feligresía, la comunidad en general, tengan condiciones dignas de vida. Dios, como señor de la vida, no se complace en un sacrificado rebaño de muertos. El teólogo Pedro Casaldáliga, en su libro “Con Dios en medio del pueblo”, escribió que “todo lo que estimula dignidad, salud, libertad, identidad, la alegría de un pueblo, eso es pastoreo evangélico”.

Siempre he pensado, y celebro que muchos hermanos coincidan en estas opiniones, que debemos ser (y más en estos tiempos que corren) el pastor de humildes, condición de servicios, de fraternidad, de soledad, de riesgo, que un pastor debe asumir día a día, noche a noche. Es decir, haciendo una Eucaristía pastoral permanente. Para ser un buen pastor, un excelente y ejemplar diácono, debe de barajar unas series de actitudes. Según mi leal entender, pondría gran capacidad en saber escuchar. Las palabras que transmitan los diáconos deben ser vivas, alegres, que lleguen a los corazones de todos, para transformar sus existencias. También la de conocer a cada miembro de la comunidad por su nombre, apreciando sus cualidades y ayudándoles en las debilidades. Intentar poseer de todo un poco conocimiento puramente fraternal. Adquirir la actitud de defensa frente a todos los males, sobre todo de los comentarios y actitudes externas. Que ningún miembro de la feligresía u otras comunidades, teman los caminos que vayan trazando los diáconos.

Como buen pastor que cuida a sus ovejas, como buen servidor que comparte todo con la comunidad, no debe dejar de observar a los pobres, los desempleados y marginados, los inmigrantes y rechazados, los enfermos y discapacitados, los niños, jóvenes y ancianos, las familias y asociaciones, el mundo de los intelectuales y los trabajadores, los campos del estudio y de la investigación, la mejoría de la salud y la ecología, la enseñanza y la justicia, la política y la economía, el arte y el deporte, los medios de comunicación…Ancho es el campo de acción para cuidar con amor estas heterogéneas inquietudes de la vida, de las cuales el diácono tiene un papel importante que cumplir. Así lo manifestó el Obispo de San Feliú de Llobregat “Vosotros los diáconos sois una parte muy importante de nuestra Iglesia diocesana. Desde vuestro sentido de pertenencia a vuestras diócesis, el Espiritu nos bendice con vuestra ayuda, y en buena medida la salud de nuestro pueblo depende de vuestra santidad personal.”

En definitiva, todos los diáconos, como el buen pastor, debemos tener muy presente la advertencia de San Policarpo “Sed misericordiosos, activo, caminando conforme a la verdad del Señor que se convirtió en el siervo de todos.”

Alberto Álvarez Pérez
Diácono de la P. San Vicente Mártir de Sevilla.