
De hecho, todo el misterio de la vida del Señor fue interpretado por Él mismo en numerosas ocasiones a la luz de la figura del siervo de Yahvé. Su amor por nosotros –desde la encarnación y nacimiento en pobreza hasta su muerte en cruz– viene expresado en forma descendente y kenótica como una pasión de cercanía. En efecto, el Emmanuel es la expresión más acabada de la comunión de Dios con la realidad dramática de una humanidad necesitada de redención. Todo ello nos habla de cómo la humildad, en cuanto vaciamiento de uno mismo por amor, es la dinámica misma de la caridad y el signo de una vida hecha servicio y disponibilidad.


