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domingo, 31 de enero de 2010

REFLEXIONES DIACONALES: Un nuevo año para el Diácono Permanente


También los diáconos deben ser dignos, sin doblez, no dados a beber mucho vino ni a negocios sucios, que guarden el misterio de la fe con conciencia pura. Primero se les someterá a prueba y después, si fuesen irreprensibles, serán diáconos…..Los diáconos sean casados una sola vez y gobiernen bien a sus hijos y su propia casa (1 Tim. 8-11).

Estamos comenzando un año nuevo. El pasado estuvo lleno de acontecimientos eclesiales: La Conferencia General de Aparecida y su encargo de una actitud de misión. Una nueva Encíclica papal “Somos salvados por la esperanza”. Un fuerte acercamiento entre nuestra Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa. El Papa nos regaló su libro “Jesús de Nazaret”.

Se evidenció un mundo en el que muchos pueblos están en guerra, y que sigue sin comprometerse con una verdadera solidaridad a favor de los más necesitados. Muchas naciones, algunas líderes, no quieren practicar el control de la contaminación, que incide en la destrucción de la tierra. Un desproporcionado precio de los combustibles que repercute finalmente en las economías domésticas. Una serie de leyes y propuestas de leyes en las que se promueve el aborto, la eutanasia y un ataque destructivo contra la familia tradicional.En fin, un conjunto de cosas positivas y negativas que dificultan establecer un balance universal.

Ante esto, el diácono permanente, que es un hombre de la esperanza, ha de asumir una actitud firme, decidida, positiva y comprometida, dentro de su papel como miembro de la jerarquía eclesial y sobre todo, la inmensa mayoría, como esposos, padres de familia, que viven integrados en el mundo del trabajo y hombres que la Iglesia ha señalado como ministros ordenados. Por eso, y a manera de reflexión, es posible atreverse a considerar cómo podría ser el diácono permanente en los comienzos del siglo XXI y para este nuevo año 2008.

En primer lugar ha de tener muy claro su compromiso bautismal que lo invita no sólo a ser un fiel católico sino también un misionero capacitado, que cubierto por la gracia sacramental del orden diaconal, ha sido encargado oficialmente por la Iglesia para llevar el Evangelio a todos los hombres.

Concretamente en este año 2008, o cuando corresponda, el diácono estará disponible para asumir el oficio que su Obispo le señale para la Misión que ha sido programada en la Conferencia de Aparecida, buscando que todos nuestros pueblos latinoamericanos y del Caribe encuentren una renovación de su vida en Jesucristo.

Será un defensor especializado de la familia cristiana, primero con su vivencia ejemplar, y después con su esfuerzo apostólico ha de contagiar a otras muchas familias de la riqueza inmensa de buscar la santidad dentro de su vocación primera de casado.

Es un hombre de acción, apasionado por la verdad, que trata de encontrarla en los diferentes acontecimientos de la vida, esforzándose, desde el sitio que le corresponde en la sociedad, a denunciar las injusticias y a fomentar la solidaridad, especialmente con los más necesitados.

También es un hombre de oración, no sólo con la Liturgia de las Horas a la que está obligado en conciencia por la promesa de su ordenación, sino que la Palabra Sagrada, su cercanía a la Eucaristía y el seguimiento al Señor Jesucristo son primordiales en su vida, tratando de contagiar, lo máximo posible, a su esposa e hijos de su actitud orante.

Conviene sea un sencillo intelectual que está informado de lo que ocurre en el mundo, que lee, que estudia, y que se forma permanentemente de manera personal y por los medios que la Iglesia pone a su disposición, cultivando, en lo posible, la oratoria, y la homilética, estando familiarizado con los modernos medios de comunicación.

Un hombre fraterno que camina junto al otro y se siente miembro de la comunidad diaconal diocesana y universal, y por eso está abierto a compartir sus experiencias vitales con otros ministros y con muchas familias y personas.Tiene muy clara su vinculación con la Iglesia particular para la que ha sido ordenado y con su Obispo. Como dice William T. Ditewig en su comentario al Nuevo Directorio nacional para los diáconos permanentes de los Estados Unidos, que: “el diácono ejerce su ministerio, dentro de un específico contexto pastoral, la comunión y misión de su Iglesia diocesana. Está en directa vinculación y comunión con su Obispo y es bajo su autoridad como practica su ministerio” (Today´s Deacon).

Está abierto y propone creativamente las pastorales que el mundo exige y las que se vayan planteando como nuevas, algunas de las cuales son:

a) El acompañamiento de parejas en conflicto y personas separadas en su matrimonio y vueltas a unir, situaciones por las que el Papa ha manifestado su preocupación recientemente.

b) El acompañamiento a comunidades eclesiales de diversas características, especialmente en las fronteras geográficas y culturales, como ha señalado el Documento de Aparecida.

c) Pastorales familiares para las que el diácono ha de ser un ministro especialmente cualificado, dada su vocación y experiencia matrimonial.

d) Pastorales especializadas como son la penitenciaria, la de los migrantes, refugiados, víctimas de la violencia, como señala el Documento de Aparecida o la que conviene desarrollar en los nuevos conjuntos residenciales y otras muchas más.

e) Catequesis ordinaria y especialmente la sacramental y postsacramental, teniendo en cuenta la gran cantidad de personas que llegan a los sacramentos con poco más interés que una costumbre social y que muchos de los acompañantes a los sacramentos del bautismo, primera comunión, matrimonio y exequias son los únicos momentos en los que asisten al templo.

El diácono tiene clara su función litúrgica y la desempeña con dignidad y eficiencia, vistiendo decorosamente los ornamentos que le corresponden, pero no trata de hacer más de lo que le toca, autorizado por el celebrante principal, y también celebrando dignamente los sacramentos o sacramentales que la Iglesia le encomienda presidir. Ha de tener claro que la función litúrgica, con ser muy importante, no es para lo único que ha sido ordenado. La Iglesia no necesita diáconos que sólo distribuyen la sagrada comunión o acompañan al celebrante en el altar. Hay muchos laicos que pueden hacerlo perfectamente.

Si es encargado de predicar la Homilía, la preparará adecuadamente, tratando de interiorizarla y asimilar la Palabra de Dios no sólo como proclamación sino como lección para su vida. Si considera honestamente que no lee bien o que no está razonablemente preparado para predicar es preferible que renuncie a hacerlo.

Establece las mejores relaciones, además de con su Obispo, con los presbíteros y compañeros diáconos con los que trabaja, tratando de ser colaborador al máximo y creativo cuando sea oportuno, huyendo de controversias y sin buscar protagonismo, si bien puede y debe manifestar su desacuerdo, cuando exista, con el mejor ánimo, con palabras adecuadas, y actitud cristiana positiva.

Tiene conocimiento firme de los fundamentos teológicos y eclesiales del diaconado permanente, para responder con humildad y amor, pero con firmeza, a los cuestionamientos que aún hacen muchos sobre la necesidad de este modo del diaconado, desconociendo o sin querer valorar, la restauración del diaconado permanente por el Concilio Vaticano II.

Es responsable de sus actos y da la cara siempre. Conoce sus debilidades y fortalezas, sabe que puede equivocarse y está dispuesto a corregir el error.

No pierde el tiempo juzgando a otros, sólo se juzga a sí mismo para pedir perdón en el sacramento de la penitencia y para avanzar en su vida espiritual. En este proceso será muy bien ayudado por su Director espiritual, figura imprescindible en la vida del diácono.

Asume lo difícil, no lo esquiva, pues sabe que las dificultades son la mejor forma de desarrollarse y aprender.

Se apasiona, ama y dedica tiempo a su ministerio, si bien reconoce y acepta que antes que diácono permanente es esposo y padre y que no puede deteriorar sus relaciones conyugales y paternales como consecuencia de su dedicación excesiva o abusiva al oficio diaconal. En esto, la esposa y los, hijos son jueces que han de ser escuchados y atendidos.

Entre las dos fuerzas que mueven al mundo, el odio y el amor, escogió decididamente el amor, como mandato principal de Jesucristo y porque el amor es la única forma de dar sentido a su vida de hombre y de diácono.

Y es… esencialmente, un hombre sencillo. Cuando se pone en un papel una reflexión como esta, se descubren los numerosos fallos y debilidades de quien lo escribe, por lo que no queda más remedio que entregar, una vez más, la vida en las manos del Señor.


Manuel Cantero Capilla
Diácono, Formador de la “Escuela Diaconal Casa Pablo VI”Arquidiócesis de Medellín, Colombia.