En el Evangelio de Juan se encuentran con frecuencia estas palabras de Jesús: “Aquello que os digo no viene de mí, sino del Padre..., las obras que yo hago no son mías sino del Padre...”.
Jesús parece renunciar a toda autonomía ante el Padre; pierde toda autonomía, pero es Jesús, esa persona humano-divina, encarnada en la historia, aparentemente condicionada por la cultura y las estructuras del tiempo, pero en realidad totalmente libre, tanto que es capaz de ofrecer la propia vida y morir “por” la humanidad.
Y ninguno tiene amor más grande, ninguno está tan cercano a la perfección de Dios como quien da la vida por los demás. Ahora bien, el dar la vida implica el desapego de sí mismo y de las personas, renunciar a los propios bienes y a las propias ideas, a la propia cultura, a la propia formación espiritual, a las propias iniciativas. Es decir: vivir los consejos evangélicos. (...)
Silvano Cola
Scritti e testimonianze
Gen’s, Grottaferrata 2007, p. 75