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viernes, 19 de marzo de 2010

Día del Seminario: “El sacerdote, testigo de la misericordia de Dios”


Ser cura: Sergio y Don José

Queridos hermanos y amigos: paz y bien.

Con sus ojitos abiertos como ventanas de par en par, siguió la misa con una atención insólita. Era la primera vez que iba como Arzobispo a un pueblecito de la costa en mi nueva tierra asturiana. El pequeño, se llama Sergio, con carita de frío y en primera fila llevaba con garbo sus diez años llenos de una vida hermosa casi todavía sin entrenar y que la tinta de la gracia Dios irá poco a poco escribiendo en el folio de su libertad.

Al acabar la misa me lo vino a decir a la sacristía con esa convicción de quien está seguro de las cosas que no son para jugar: yo quiero ser sacerdote, me espetó sin más. Y el joven párroco que me acompañaba, la mamá y las dos abuelas del crío, sabedores con orgullo cristiano del secreto del niño, le venían a arropar con todo el cariño propio como queriendo levantar acta: lo que le dice Sergio por él mismo, es verdad, y nadie se lo ha dicho.

Se me empañaron los ojos por dentro, y así conmovido me fui a mi tierna infancia cuando con un año menos que él, con nueve años, yo vislumbré lo mismo y lo dije en mi casa: yo quiero ser sacerdote. ¿Puede saber un niño algo así cuando queda todavía tanto que aprender, tantas cosas a las que asomarse con gozo o con dolor, cuando casi toda una vida está aún sin escribir? Yo lo supe, Sergio lo sabe también. En mi caso se sucedieron años de aprendizaje, de dudas, de resistencias, y aunque no tuve una vocación tardía, la retardé. Pero el Señor se tomó tiempo, tuvo paciencia conmigo, y aguardó a que mi libertad madurase con inteligencia y corazón, hasta que llegó el momento escrito a lápiz en el aire y en él se pudo leer mi sí rendido a aquello para lo que nací y Dios me llamó, que se hacía seguimiento suyo como sacerdote del Señor.

Al llegar a mi casa, ya muy de noche, recibía una llamada del hospital en la que se me decía que acababa de fallecer Don José, un sacerdote anciano que este año llegaría a sus 84 años de edad y 58 de ministerio. Un hombre sin duda bueno, querido por obispos, compañeros de presbiterio y por sus fieles. Con la edad que tiene el pequeño Sergio hoy, él tuvo que presenciar el comienzo de una guerra civil que marcaría en sus consecuencias su futuro como hombre y sacerdote, destacando la entrega generosa y evangélica a su propia familia que tan a la intemperie quedó, y a las muchas personas que en estos largos y fecundos años ha tenido que acompañar con toda su bondad de pastor bueno. Dejó que la bendición de Dios se deslizase por sus manos grandes y rugosas, y que Él pusiera en sus labios las palabras que encienden la esperanza a los más machacados, y que su tiempo, su entrega y su talento, se hicieron cauce y cuenca para que los sacramentos, la catequesis, la ternura, la alegría y la paz duraderas llenasen de luz a niños, a jóvenes, adultos y ancianos, a los enfermos heridos y a los sobrantes de salud, a los enamorados y cuantos sufrían cualquier soledad arruinadora, a quienes podían trabajar con calma y dignidad, y a los que lo hacían con condiciones duras o perdiendo el puesto. Para todos tuvo siempre una palabra o un gesto sacerdotal que le hacía instrumento de Otro más grande y testigo de la Iglesia de verdad.

Ojitos abiertos, ojos cerrados. Sergio y Don José. Ambos se me allegan en la cercana fiesta de San José, día del Seminario. Y pido para nuestra diócesis en Asturias, en Jaca y en Huesca, que la intercesión de los Don José pueda animar a muchos Sergios. Ser cura, hoy y aquí, es un regalo inmerecido, una gracia inmensa, y una tarea apasionante por la que vale la pena dejarlo todo, seguir al Maestro si nos llama y pasar haciendo el bien dando gloria a Dios, amando a la Iglesia y abrazar a cada hermano en su vida concreta.

Recibid mi abrazo y mi bendición.
+ Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo y Adm. Aposto. de Huesca y Jaca