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domingo, 18 de abril de 2010

LA PASTORAL DE LA SALUD III


..... y en los hospitales

La enfermedad es una experiencia decisiva en la vida de cualquier ser humano. Afecta a todas las personas, ya que, cuando uno enferma, enferma en su totalidad y entra en un mundo diferente del habitual y cotidiano. El equilibrio que caracteriza el estado de salud se rompe y el enfermo entra en una crisis cuyos rasgos más importantes se puede describir que la enfermedad provoca una convulsión interior de quien la padece; el cuerpo se vuelve molesto y rebelde, desconocido y amenazador, y el enfermo, al que le surge inevitablemente las preguntas: ¿qué sentido tiene mi vida?; ¿por qué me ha tocado a mí?; ¿cómo puede permitir Dios esto?; ¿por qué, Señor?.... se ve obligado tarde o temprano a mucha atención sanitaria, a una atención integral para poder restablecerse, o para asumir sanamente la enfermedad, para luchar contra la muerte o para poder aceptarla y vivirla con dignidad cuando llega, por lo que necesariamente tenemos que acudir a los Hospitales.

Las conquistas tecnológicas y científicas, gracias a Dios, son cada vez más espectaculares, pero la relación asistencial entre el cuidador y el enfermo es cada vez más distante e instrumental, menos humana e interpersonal. Este progreso médico permite intervenir de manera más eficaz en orden a aliviar el sufrimiento y prolongar la vida, pero plantea complejos y delicados problemas morales.
Los avances de la medicina moderna han traído consigo la superación de muchas enfermedades y el aumento de la duración media de vida, pero también el debilitamiento psicológico, social y espiritual ante el sufrimiento.
Y al igual que apuntaba cuando me refería a la atención y acompañamiento espiritual a los enfermos en sus casas, la Pastoral de la Salud debe estar y está en los Hospitales, teniendo en cuenta que son derechos fundamentales que la sociedad, y por tanto la Iglesia, asegurará a cada ciudadano, independientemente de la edad, la cultura y la fe religiosa que posean.
La Iglesia Católica, por medio del Capellán y los Agentes de Pastoral, garantizan el derecho a la asistencia religiosa de los enfermos internados, sus familiares y cuidadores, haciendo de él un factor terapéutico integrado en el conjunto de la asistencia hospitalaria.
Por medio del “servicio de asistencia religiosa”, la Iglesia se hace presente en el marco hospitalario, acompañando a los miembros de la comunidad cristiana, entrando en contacto igualmente con los enfermos no creyentes, para anunciar a todos ellos con gestos y palabras la Buena Nueva del amor de Dios manifestado en su Hijo Jesucristo, e intentando ayudarles a vivir el sentido cristiano de la enfermedad, de la curación, el sufrimiento o la muerte desde la fe y de asesorar en los problemas éticos.
El servicio se dirige también a todo el personal sanitario del centro, especialmente al católico, colabora con él, desde su propia identidad, en la atención integral al enfermo, apoyándole en su tarea, compartiendo con él los problemas éticos que se plantean en el ejercicio de su profesión y ofreciéndole una ayuda desinteresada.
En la actividad del Capellán y los Agentes de Pastoral tiene una gran importancia el encuentro personal con el enfermo. Ha de ser la expresión de su fidelidad a las palabras de Jesús: “estuve enfermo y me visitasteis” (Mt 25, 36). Por ello, hay que poseer una preparación adecuada, sabiendo distinguir entre la visita amistosa y la relación de ayuda, porque mientras la primera es bueno brindarla a todos los enfermos, la segunda es conveniente tan sólo para un grupo reducido de personas, creyentes en su mayoría, algunos con una fe de “piedad popular”, que están dispuestas a recorrer un camino más largo, profundo y continuo, sabiendo pasar de la conversación social al diálogo pastoral.
Para ello, brevemente, se aconseja:
a) concentrarse más en las personas que en los hechos externos.
b) saber escuchar, ser comprensivo y amable.
c) aceptar la tensión del enfermo, ayudándole a afrontar la realidad, aunque sea dura.
d) preocuparse más de ayudar que distraer, estando siempre disponible al acompañamiento del enfermo.
e) saber pasar de la discusión sobre Dios a la experiencia de Dios y a la relación con El.
Finalmente tener en cuenta que la enfermedad es un momento propicio para la oración, porque tiene un gran peso la realidad que se vive, y para ello debemos ofrecer esa invitación a cada uno, al igual que los Sacramentos propios de la Pastoral de la Salud, como son el de la Penitencia, la Eucarística y la Unción de los enfermos.

Felipe Bononato Saez
Diaócono de la Diocesis de Asidonia-Jerez