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miércoles, 12 de mayo de 2010

Mayo florido en el jardín de Dios: María


Queridos hermanos y amigos: paz y bien.

Mediando ya el mes de mayo, el domingo pasado quiso el Papa hacer una preciosa referencia en la recitación del Regina Coeli en la vaticana Plaza de San Pedro. Casi con una descripción costumbrista decía Benedicto XVI que mayo es un mes muy querido para quienes vivimos en esta parte de la tierra, porque pone una nota de color con la vida en flor que estalla su embrujo, y cuyo clima nos propicia los paseos y excursiones tan propias de esta época tras el letargo invernal. No es ajena la liturgia de estas semanas a esa alegría que invita a la fiesta serena y al gozo rendido. De hecho, el mes de mayo suele coincidir siempre con el tiempo de pascua, cuando la Iglesia pone en sus labios el canto del “aleluya” con el que agradecemos la luz que nos ha regalado la vida resucitada de quien venció su muerte y la nuestra: Jesús. Es, por último, una época en la que nos disponemos a vivir la espera del Espíritu Santo que en Pentecostés descendió con toda su fuerza a la Iglesia naciente.
Con una meditación de verdadera teología poética, el Santo Padre señala cómo en medio de estos dos contextos que ha descrito, el natural y el litúrgico, cabe señalar en mayo el mes en el que la tradición cristiana ha querido honrar de manera particular a la Virgen María. Ella es la flor más hermosa que ha brotado de la creación, la rosa que en la plenitud de los tiempos ha aparecido al inaugurar la nueva primavera que estrenó el envío del Hijo de Dios. Con todos estos tonos ha ido dibujando esa breve intervención del Papa durante la oración pascual. También el Pueblo de Dios se sabe acompañado por la Dulce Señora que pone ternura esperanzada en los valles de lágrimas.
Miramos a la Virgen María y acudimos con las flores de la gratitud en este mayo bendito. María nos enseña lo que el pequeño Jesús también de ella aprendió, Él que era el Maestro por antonomasia. ¿Quién si no su madre, como todas las madres, fue la que asumió tan alta encomienda de enseñar a hablar al que era la Palabra, y enseñar a andar a quien fue enviado para repartirnos su gracia redentora?
María es la mujer del Sí con mayúsculas. El Sí que se pronuncia con la palabra fiat, hágase. Hágase, como dijo Dios llamando a la vida a los seres en la primera mañana de la creación. Y aquella Palabra que no le cabía en sí, se hizo de pronto vida en su seno virgen de mujer. Y el Verbo se hizo carne.
Y salió presurosa a la montaña, para acudir al abrigo de su prima Isabel, también ella madre de un milagro. La criatura saltó de alegría en el vientre de la anciana ante la presencia del Mesías que María en su adentro llevaba lozana. Y cada generación cristiana, llamará bienaventurada a quien así creyó.
María tendrá que asumir el sobresalto de ser madre de quien tantos querían eliminar: no ofreciéndole posada en Belén, debiendo huir a Egipto de la matanza de Herodes, y escuchando la ingrata profecía de que una espada atravesaría su corazón.
Pero tras la vivencia oculta y discreta en Nazaret, María se estrenará con su Hijo en las Bodas de Caná. Faltó el vino en aquella fiesta de esponsales, y fue por su medio que se pudo escanciar el vino mejor, ese que tiene denominación de origen en las bodegas secretas del mismo Dios.
Al pie de la Cruz, ella volverá al dolor del parto para darnos a luz en el momento en el que fue hecha Madre de todos, Madre de la Iglesia, en la persona de Juan. Y su maternidad se hará convocatoria de esos nuevos hijos dispersos, asustados y fugitivos, para llevarlos al Cenáculo y esperar cumplida la llegada del Espíritu que Jesús prometió.
Por todo esto María es honrada en estos días con lo mejor y con lo más hermoso de nuestra piedad cristiana y eclesial. Acudamos a la Virgen en este mayo que en ella florece.
Recibid mi afecto y mi bendición.

+ Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo y Adm. Apost. de Huesca y de Jaca