Discurriendo sobre la fuerza de atracción de la vida cristiana, las experiencias ideológicas del
siglo pasado y la música pop, Mons. Melchor Sánchez de Toca explica la relación de temas tan
disímiles con la “via pulchritudinis”, leitmotiv de la última Asamblea Plenaria del Pontificio
Consejo para la Cultura.
siglo pasado y la música pop, Mons. Melchor Sánchez de Toca explica la relación de temas tan
disímiles con la “via pulchritudinis”, leitmotiv de la última Asamblea Plenaria del Pontificio
Consejo para la Cultura.
¿Cómo y cuándo surgió la idea de proponer la “via pulchritudinis” como tema de
una Asamblea Plenaria?
El asunto había aparecido ya en distintas reuniones del Pontificio Consejo para la
Cultura, pero fue en la última asamblea que se celebró el año 2004, y que tuvo
como tema “La Iglesia ante el desafío de la incredulidad y la indiferencia
religiosa”, cuando se vio la necesidad de tratar sobre la via pulchritudinis, es decir,
la belleza como un camino de acercamiento a Dios y de evangelización.
una Asamblea Plenaria?
El asunto había aparecido ya en distintas reuniones del Pontificio Consejo para la
Cultura, pero fue en la última asamblea que se celebró el año 2004, y que tuvo
como tema “La Iglesia ante el desafío de la incredulidad y la indiferencia
religiosa”, cuando se vio la necesidad de tratar sobre la via pulchritudinis, es decir,
la belleza como un camino de acercamiento a Dios y de evangelización.
¿Alcanzó su finalidad la Asamblea Plenaria?
El primer objetivo era hablar de este tema, y eso se ha conseguido, con la presencia
además de muchos consultores del Pontificio Consejo que vinieron a Roma para
estar presentes en el Consistorio.
No hay recetas fáciles, ni en esto ni en otros campos, pero creo que sí se logró
llamar la atención de los obispos y de los pastores acerca de la importancia de esta
materia; ha despertado incluso un enorme interés en los medios de comunicación.
Sobre resultados concretos, el tiempo lo irá diciendo.
Por tanto, el objetivo principal de la asamblea fue poner este tema en foco…
Y ofrecer propuestas concretas de tipo pastoral. No se trata sólo de reflexionar
sobre estos temas, porque hay ya muchos estudios, sino de ofrecer pistas a las
conferencias episcopales, a los obispos, a los religiosos, a los sacerdotes que
trabajan en parroquias.
El primer objetivo era hablar de este tema, y eso se ha conseguido, con la presencia
además de muchos consultores del Pontificio Consejo que vinieron a Roma para
estar presentes en el Consistorio.
No hay recetas fáciles, ni en esto ni en otros campos, pero creo que sí se logró
llamar la atención de los obispos y de los pastores acerca de la importancia de esta
materia; ha despertado incluso un enorme interés en los medios de comunicación.
Sobre resultados concretos, el tiempo lo irá diciendo.
Por tanto, el objetivo principal de la asamblea fue poner este tema en foco…
Y ofrecer propuestas concretas de tipo pastoral. No se trata sólo de reflexionar
sobre estos temas, porque hay ya muchos estudios, sino de ofrecer pistas a las
conferencias episcopales, a los obispos, a los religiosos, a los sacerdotes que
trabajan en parroquias.
¿Hay propuestas concretas?
El cardenal Poupard, en las conclusiones, sintetizó las propuestas principales.
En primer lugar, tiene que haber una unión más estrecha entre la liturgia, la
teología y la pastoral. ¿Qué quiere decir esto? La vida de la Iglesia llega a la mayor
parte de los fieles a través de la celebración de los sacramentos, especialmente la
misa dominical. Por lo tanto, esta celebración tiene que destacar por el cuidado en
la liturgia: debe transmitir algo de la belleza de Dios, de la grandeza y la belleza de
la vida cristiana. Eso sólo se puede conseguir si la teología y la pastoral caminan
juntas.
Muchas veces se ha hecho una pastoral desligada de la Eucaristía, o bien se ha
dado en algunos sitios demasiado énfasis al rito, pero sin una conexión fuerte con
la teología.
Tenemos un importante patrimonio cultural, especialmente en los países de mayor
tradición católica de Europa y de América Latina. Es un tesoro que debemos poner
al servicio del Evangelio.
Como decía el cardenal Poupard, es un patrimonio vivo, que se construyó en
función del culto y de la transmisión del Evangelio, y tiene que ser testigo; no
puede quedar secuestrado en manos de las guías turísticas, reducido simplemente a
un museo. Debemos inventar nuevos medios y propuestas, por ejemplo, la
formación de los guías turísticos, que muchas veces transmiten un mensaje
diferente al nuestro. Abrimos la casa para que deshagan nuestro trabajo. Lo mismo
sucede, por desgracia, en los colegios: tenemos una estupenda red de colegios y
universidades, pero si después no formamos profesores, estamos poniendo una
estructura al servicio de la difusión de modelos de vida contrarios al Evangelio.
Los jóvenes son un tema que ha aparecido muchas veces: cómo educarlos para la
belleza. Se requiere un esfuerzo y una pedagogía. Por eso en la asamblea se habló
de recuperar la catequesis mistagógica. En la praxis de la Iglesia antigua había una
catequesis previa al Bautismo, que miraba a la conversión de la vida y al cambio de
costumbres, y una catequesis posterior, la mistagógica, que introducía en la
comprensión de los misterios que se celebraban. Es necesario hacer descubrir la
belleza de la liturgia y de los sacramentos.
El cardenal Poupard, en las conclusiones, sintetizó las propuestas principales.
En primer lugar, tiene que haber una unión más estrecha entre la liturgia, la
teología y la pastoral. ¿Qué quiere decir esto? La vida de la Iglesia llega a la mayor
parte de los fieles a través de la celebración de los sacramentos, especialmente la
misa dominical. Por lo tanto, esta celebración tiene que destacar por el cuidado en
la liturgia: debe transmitir algo de la belleza de Dios, de la grandeza y la belleza de
la vida cristiana. Eso sólo se puede conseguir si la teología y la pastoral caminan
juntas.
Muchas veces se ha hecho una pastoral desligada de la Eucaristía, o bien se ha
dado en algunos sitios demasiado énfasis al rito, pero sin una conexión fuerte con
la teología.
Tenemos un importante patrimonio cultural, especialmente en los países de mayor
tradición católica de Europa y de América Latina. Es un tesoro que debemos poner
al servicio del Evangelio.
Como decía el cardenal Poupard, es un patrimonio vivo, que se construyó en
función del culto y de la transmisión del Evangelio, y tiene que ser testigo; no
puede quedar secuestrado en manos de las guías turísticas, reducido simplemente a
un museo. Debemos inventar nuevos medios y propuestas, por ejemplo, la
formación de los guías turísticos, que muchas veces transmiten un mensaje
diferente al nuestro. Abrimos la casa para que deshagan nuestro trabajo. Lo mismo
sucede, por desgracia, en los colegios: tenemos una estupenda red de colegios y
universidades, pero si después no formamos profesores, estamos poniendo una
estructura al servicio de la difusión de modelos de vida contrarios al Evangelio.
Los jóvenes son un tema que ha aparecido muchas veces: cómo educarlos para la
belleza. Se requiere un esfuerzo y una pedagogía. Por eso en la asamblea se habló
de recuperar la catequesis mistagógica. En la praxis de la Iglesia antigua había una
catequesis previa al Bautismo, que miraba a la conversión de la vida y al cambio de
costumbres, y una catequesis posterior, la mistagógica, que introducía en la
comprensión de los misterios que se celebraban. Es necesario hacer descubrir la
belleza de la liturgia y de los sacramentos.
Alguien podría pensar que este tema se ciñe a la esfera religiosa, sin conexión con
la manifestación de la belleza en ámbitos estrictamente civiles, culturales.
¿Fue esto también un punto de análisis?
Sí, lo fue, porque el instrumentum laboris estaba articulado en torno a tres grandes
bloques: la belleza en la Creación, la belleza en la Liturgia y la belleza de la Vida
Cristiana. Lo que se propuso fue una reflexión acerca de la belleza como tal, sin
reducirla a una sola perspectiva. Se trata de cómo aprovechar el innato deseo de
belleza que hay en la gente, para acercarla a Dios. Es un camino de ida y de vuelta:
Dios habla a los hombres a través de la belleza, y la belleza permite acercarse a
Dios. Es un tema que va más allá del ámbito puramente religioso.
Usted mencionó el deseo innato de belleza. Que la cultura dominante relegue la
belleza a un plano secundario,
Sí, lo fue, porque el instrumentum laboris estaba articulado en torno a tres grandes
bloques: la belleza en la Creación, la belleza en la Liturgia y la belleza de la Vida
Cristiana. Lo que se propuso fue una reflexión acerca de la belleza como tal, sin
reducirla a una sola perspectiva. Se trata de cómo aprovechar el innato deseo de
belleza que hay en la gente, para acercarla a Dios. Es un camino de ida y de vuelta:
Dios habla a los hombres a través de la belleza, y la belleza permite acercarse a
Dios. Es un tema que va más allá del ámbito puramente religioso.
Usted mencionó el deseo innato de belleza. Que la cultura dominante relegue la
belleza a un plano secundario,
¿obedece a alguna ideología?
San Agustín fue uno de los grandes protagonistas de nuestra asamblea, porque su
caso demuestra la potencia de este deseo de belleza. En las “Confesiones” escribe:
“Tarde te amé, Belleza tan antigua y tan nueva; tú estabas dentro de mí, y yo no
te escuchaba”.
Si este deseo es innato en todo hombre, como el deseo de felicidad, ¿por qué, en
cambio, vivimos en una cultura que privilegia el aspecto banal, superficial, vulgar?
Porque es una belleza permanentemente amenazada, oscurecida por el pecado. La
belleza es exigente, y el pecado propone soluciones fáciles.
Vivimos marcados todavía por la experiencia ideológica del marxismo, una
doctrina que pone la praxis del hombre en el centro, es decir, lo que el hombre hace.
Ahora bien, la belleza exige una actitud diferente, que no es la de hacer, sino la de
contemplar, incluso en el caso de la creación artística. El artista, naturalmente,
crea belleza, pero después ésta tiene que ser contemplada y degustada. Eso no va
bien con el ritmo de vida de nuestro tiempo.
El materialismo del marxismo sería una causa de esa concepción…
No sólo el marxismo, sino la ideología de la praxis, con sus diversas modalidades,
tanto en el mundo dominado políticamente por el comunismo -que se convirtió en
una seudo-religión-, como también en Occidente, dominado por el hacer, por el
producir cada vez más y más deprisa.
La revolución de mayo del 68, eminentemente cultural y moral,
San Agustín fue uno de los grandes protagonistas de nuestra asamblea, porque su
caso demuestra la potencia de este deseo de belleza. En las “Confesiones” escribe:
“Tarde te amé, Belleza tan antigua y tan nueva; tú estabas dentro de mí, y yo no
te escuchaba”.
Si este deseo es innato en todo hombre, como el deseo de felicidad, ¿por qué, en
cambio, vivimos en una cultura que privilegia el aspecto banal, superficial, vulgar?
Porque es una belleza permanentemente amenazada, oscurecida por el pecado. La
belleza es exigente, y el pecado propone soluciones fáciles.
Vivimos marcados todavía por la experiencia ideológica del marxismo, una
doctrina que pone la praxis del hombre en el centro, es decir, lo que el hombre hace.
Ahora bien, la belleza exige una actitud diferente, que no es la de hacer, sino la de
contemplar, incluso en el caso de la creación artística. El artista, naturalmente,
crea belleza, pero después ésta tiene que ser contemplada y degustada. Eso no va
bien con el ritmo de vida de nuestro tiempo.
El materialismo del marxismo sería una causa de esa concepción…
No sólo el marxismo, sino la ideología de la praxis, con sus diversas modalidades,
tanto en el mundo dominado políticamente por el comunismo -que se convirtió en
una seudo-religión-, como también en Occidente, dominado por el hacer, por el
producir cada vez más y más deprisa.
La revolución de mayo del 68, eminentemente cultural y moral,
¿jugó un papel también en la desaparición de la belleza?
Creo que sí, aunque por una razón que podría parecer contraria a lo que acabo de
decir: la búsqueda del individualismo hedonista a toda costa, y por tanto, la
renuncia al esfuerzo individual de crecimiento interior. Tomemos un concierto de
música clásica: si yo no estoy habituado a ella, no me dice nada. Y así sucede que
muchos jóvenes que están acostumbrados a oír sólo música pop, o música muy
barata, ritmos pobres, se aburren en un concierto de música clásica. O entran en
una iglesia y no saben “leer”, no saben entender lo que ven. La belleza se me da,
pero exige una purificación interior, una ascesis, un cierto esfuerzo inicial que
después queda compensado.
La revolución del 68, en sus diversas modalidades, en Woodstock, en la Sorbonne y
en otros lugares –en parte fue orquestada, no podemos ser ingenuos– es la
búsqueda de un individualismo desenfrenado, una ruptura radical con el pasado, la
imaginación al poder, la abolición de las normas.
Mientras que la belleza, insisto, se me da gratis, pero exige este esfuerzo de
purificación.
El Papa recientemente se refirió a la “hermenéutica de la discontinuidad”, respecto
a la aplicación errónea de los principios del Concilio Vaticano II.
Creo que sí, aunque por una razón que podría parecer contraria a lo que acabo de
decir: la búsqueda del individualismo hedonista a toda costa, y por tanto, la
renuncia al esfuerzo individual de crecimiento interior. Tomemos un concierto de
música clásica: si yo no estoy habituado a ella, no me dice nada. Y así sucede que
muchos jóvenes que están acostumbrados a oír sólo música pop, o música muy
barata, ritmos pobres, se aburren en un concierto de música clásica. O entran en
una iglesia y no saben “leer”, no saben entender lo que ven. La belleza se me da,
pero exige una purificación interior, una ascesis, un cierto esfuerzo inicial que
después queda compensado.
La revolución del 68, en sus diversas modalidades, en Woodstock, en la Sorbonne y
en otros lugares –en parte fue orquestada, no podemos ser ingenuos– es la
búsqueda de un individualismo desenfrenado, una ruptura radical con el pasado, la
imaginación al poder, la abolición de las normas.
Mientras que la belleza, insisto, se me da gratis, pero exige este esfuerzo de
purificación.
El Papa recientemente se refirió a la “hermenéutica de la discontinuidad”, respecto
a la aplicación errónea de los principios del Concilio Vaticano II.
¿Se puede ver en eso también una causa del abandono de la belleza en el campo eclesial?
Sí, especialmente en el campo del arte sacro y de la liturgia. Creo que se confundió
la belleza con el lujo, y el lujo con el valor económico. Son conceptos diferentes. Se
pueden hacer cosas muy bellas con medios muy simples, y puede haber cosas muy
caras que no son bellas.
Estos conceptos erróneos se aplicaron, por ejemplo, a la construcción de nuevos
templos. El cardenal de Santiago de Chile contaba una anécdota que explica lo
que quiero decir: “Los pobres tienen derecho también a la belleza”, decía él. “Se
pensaba que construir una iglesia hermosa en un barrio pobre podía constituir una
ofensa. ¡Es al contrario! Levantarla equivale a decir a los pobres: ‘como hijos de
Dios, ustedes no merecen menos que esto’”. Es una manera de devolverles su
dignidad. Y ponía este ejemplo: en una barriada de la periferia de Santiago había
una iglesia-garaje con capacidad para unas 100 personas que no se llenaba los
domingos. Cuando construyeron una iglesia nueva, grande, bonita, con capacidad
para 500 personas, no pudo contener más a la gente. Una iglesia así se vuelve un
polo generador de una transformación del barrio. Lo mismo se ha visto aquí en
Roma: la edificación de una iglesia en un área periférica ha recalificado totalmente
el barrio.
No es un problema económico, sino de tener las prioridades claras, como
destacaron los obispos de América Latina. El escándalo no está en tener una
iglesia hermosa, sino en las casas ricas que no se preocupan de tener hermanos
muriendo de hambre a su alrededor. La iglesia es la casa de todos los hijos de Dios,
es imagen de la Jerusalén celestial, y tiene que hacer percibir algo de la belleza de la
casa de Dios.
Por otro lado, la novedad del Concilio se interpretó como una ruptura radical con
el pasado. Por eso, especialmente en Europa, se ha malvendido el patrimonio
artístico de la Iglesia. Paramentos y ornamentos fueron sustituidos por cosas de
muy poco valor. Aquellos objetos sagrados eran productos creados o muchas veces
donados por los fieles, eran frutos del amor y la devoción de gentes sencillas;
pienso en las custodias dedicadas a la exposición del Santísimo que se habían
hecho con donaciones de gente muy sencilla, y han ido a parar a los anticuarios o se
han fundido. Esta ruptura radical no puede conducir a nada bueno.
Sí, especialmente en el campo del arte sacro y de la liturgia. Creo que se confundió
la belleza con el lujo, y el lujo con el valor económico. Son conceptos diferentes. Se
pueden hacer cosas muy bellas con medios muy simples, y puede haber cosas muy
caras que no son bellas.
Estos conceptos erróneos se aplicaron, por ejemplo, a la construcción de nuevos
templos. El cardenal de Santiago de Chile contaba una anécdota que explica lo
que quiero decir: “Los pobres tienen derecho también a la belleza”, decía él. “Se
pensaba que construir una iglesia hermosa en un barrio pobre podía constituir una
ofensa. ¡Es al contrario! Levantarla equivale a decir a los pobres: ‘como hijos de
Dios, ustedes no merecen menos que esto’”. Es una manera de devolverles su
dignidad. Y ponía este ejemplo: en una barriada de la periferia de Santiago había
una iglesia-garaje con capacidad para unas 100 personas que no se llenaba los
domingos. Cuando construyeron una iglesia nueva, grande, bonita, con capacidad
para 500 personas, no pudo contener más a la gente. Una iglesia así se vuelve un
polo generador de una transformación del barrio. Lo mismo se ha visto aquí en
Roma: la edificación de una iglesia en un área periférica ha recalificado totalmente
el barrio.
No es un problema económico, sino de tener las prioridades claras, como
destacaron los obispos de América Latina. El escándalo no está en tener una
iglesia hermosa, sino en las casas ricas que no se preocupan de tener hermanos
muriendo de hambre a su alrededor. La iglesia es la casa de todos los hijos de Dios,
es imagen de la Jerusalén celestial, y tiene que hacer percibir algo de la belleza de la
casa de Dios.
Por otro lado, la novedad del Concilio se interpretó como una ruptura radical con
el pasado. Por eso, especialmente en Europa, se ha malvendido el patrimonio
artístico de la Iglesia. Paramentos y ornamentos fueron sustituidos por cosas de
muy poco valor. Aquellos objetos sagrados eran productos creados o muchas veces
donados por los fieles, eran frutos del amor y la devoción de gentes sencillas;
pienso en las custodias dedicadas a la exposición del Santísimo que se habían
hecho con donaciones de gente muy sencilla, y han ido a parar a los anticuarios o se
han fundido. Esta ruptura radical no puede conducir a nada bueno.
¿Una vía concreta que ofrecer a los fieles sería la de la belleza de la liturgia, de la
ornamentación?
Esto es lo primero, la belleza de la liturgia, la celebración cuidada. Pero claro,
sabemos que la belleza nace de dentro; cuando el sacerdote vive profundamente el
misterio que celebra, lo transmite, aunque sea en una iglesia muy pobre.
Los funerales de Juan Pablo II conquistaron a mucha gente, porque vieron la
belleza de la liturgia latina en todo su esplendor y sobriedad. El director Franco
Zefirelli dijo: “Confieso que sentí envidia, porque yo, como director de cine, no
sabría hacer una escenografía mejor”. Aunque de hecho hubo una preparación muy
grande, aquello salió naturalmente, gracias a la belleza de la liturgia, que precisa
de poca explicación, pues sus gestos, cantos, movimientos en torno del altar
hablan por sí mismos. El Espíritu Santo contribuyó agitando las hojas del libro
puesto encima del ataúd de Juan Pablo II y agitando las casullas de los cardenales.
Fue una liturgia bella y al mismo tiempo accesible a la gente.
Belleza en la decoración. En las iglesias y ermitas que hay por el centro de Italia
todas las paredes están decoradas con frescos, que cautivan por su sencillez y
encanto, y eran el catecismo que transmitía el Evangelio y la vida de los santos. El
retablo de la catedral de Toledo es una espléndida catequesis de la vida de Cristo.
Hace poco leí una reflexión a propósito de las nuevas iglesias construidas en
Roma, proyectadas por arquitectos famosos. Uno decía sobre una de las iglesias:
“Es magnífica por fuera, pero adentro las paredes están vacías”. Una de las notas
distintivas del templo católico es hacer que el fiel se sienta arropado por la
Comunión de los Santos, manifestada en las imágenes. Estas paredes blancas en
una iglesia desnuda no facilitan el encuentro con Dios, la pared no me “habla”,
mientras que ante un fresco, un mosaico o una vidriera estoy en una actitud
diferente, recibiendo. Además, como la gente muchas veces se distrae, que al
menos se distraiga contemplando la vida de un santo. ¡Cuántas veces uno,
mirando un mosaico, recibe una llamada de Dios, una insinuación de la gracia!
¡Cuántos hombres y santos se han convertido contemplando una imagen sacra,
como Paul Claudel, la noche de Navidad, ante la imagen de la Virgen en la Catedral
de Notre-Dame!
El gusto de nuestro tiempo no es, por cierto, el gusto barroco. Nuestro momento es
más sobrio, pero tiene que haber algo que arrope, que envuelva, que hable.
ornamentación?
Esto es lo primero, la belleza de la liturgia, la celebración cuidada. Pero claro,
sabemos que la belleza nace de dentro; cuando el sacerdote vive profundamente el
misterio que celebra, lo transmite, aunque sea en una iglesia muy pobre.
Los funerales de Juan Pablo II conquistaron a mucha gente, porque vieron la
belleza de la liturgia latina en todo su esplendor y sobriedad. El director Franco
Zefirelli dijo: “Confieso que sentí envidia, porque yo, como director de cine, no
sabría hacer una escenografía mejor”. Aunque de hecho hubo una preparación muy
grande, aquello salió naturalmente, gracias a la belleza de la liturgia, que precisa
de poca explicación, pues sus gestos, cantos, movimientos en torno del altar
hablan por sí mismos. El Espíritu Santo contribuyó agitando las hojas del libro
puesto encima del ataúd de Juan Pablo II y agitando las casullas de los cardenales.
Fue una liturgia bella y al mismo tiempo accesible a la gente.
Belleza en la decoración. En las iglesias y ermitas que hay por el centro de Italia
todas las paredes están decoradas con frescos, que cautivan por su sencillez y
encanto, y eran el catecismo que transmitía el Evangelio y la vida de los santos. El
retablo de la catedral de Toledo es una espléndida catequesis de la vida de Cristo.
Hace poco leí una reflexión a propósito de las nuevas iglesias construidas en
Roma, proyectadas por arquitectos famosos. Uno decía sobre una de las iglesias:
“Es magnífica por fuera, pero adentro las paredes están vacías”. Una de las notas
distintivas del templo católico es hacer que el fiel se sienta arropado por la
Comunión de los Santos, manifestada en las imágenes. Estas paredes blancas en
una iglesia desnuda no facilitan el encuentro con Dios, la pared no me “habla”,
mientras que ante un fresco, un mosaico o una vidriera estoy en una actitud
diferente, recibiendo. Además, como la gente muchas veces se distrae, que al
menos se distraiga contemplando la vida de un santo. ¡Cuántas veces uno,
mirando un mosaico, recibe una llamada de Dios, una insinuación de la gracia!
¡Cuántos hombres y santos se han convertido contemplando una imagen sacra,
como Paul Claudel, la noche de Navidad, ante la imagen de la Virgen en la Catedral
de Notre-Dame!
El gusto de nuestro tiempo no es, por cierto, el gusto barroco. Nuestro momento es
más sobrio, pero tiene que haber algo que arrope, que envuelva, que hable.
¿Existen valores absolutos que se refieran a la belleza, al pulchrum?
Sí. Cuando me dicen que sobre gustos no hay nada escrito, yo digo: “Lo poco que
hay, usted no lo ha leído” (risas). No todo es opinable. Naturalmente, la
percepción estética cambia, influida por el contexto cultural, el tiempo, la edad y
muchas otras cosas, pero el pulchrum es una de las propiedades trascendentales
del ser. Lo bello no se puede separar de lo bueno, ni lo bueno de lo verdadero. Y así
como la verdad es la verdad, con independencia de la época y de la cultura, la
belleza también: no todo vale.
Sucede como en la moral: si usted no es capaz de descubrir que matar un inocente
es malo, no quiere decir que eso sea opinable, sino que usted está ciego. Cuando
alguno dice: “La música pop a usted no le gusta, pero a mí sí, para mí es bella”, no
hay una cuestión de opinión, sino dificultad en reconocer lo bello.
Sí. Cuando me dicen que sobre gustos no hay nada escrito, yo digo: “Lo poco que
hay, usted no lo ha leído” (risas). No todo es opinable. Naturalmente, la
percepción estética cambia, influida por el contexto cultural, el tiempo, la edad y
muchas otras cosas, pero el pulchrum es una de las propiedades trascendentales
del ser. Lo bello no se puede separar de lo bueno, ni lo bueno de lo verdadero. Y así
como la verdad es la verdad, con independencia de la época y de la cultura, la
belleza también: no todo vale.
Sucede como en la moral: si usted no es capaz de descubrir que matar un inocente
es malo, no quiere decir que eso sea opinable, sino que usted está ciego. Cuando
alguno dice: “La música pop a usted no le gusta, pero a mí sí, para mí es bella”, no
hay una cuestión de opinión, sino dificultad en reconocer lo bello.
¿Qué consejo dar a los bautizados para colaborar en esta tarea?
El tercer aspecto del pulchrum considerado en el instrumentum laboris era el más
importante: la belleza de la vida cristiana, es decir, de la santidad. No todos
estamos llamados a ser artistas, ni críticos de literatura, de arte o de música; pero
sí se nos llama a transmitir la belleza de la vida cristiana, a contagiar la alegría de
la fe. Siempre se ha dicho que, en el fondo, los dos grandes argumentos a favor de
la verdad del Cristianismo fueron el arte cristiano y la vida de los santos. Y de los
dos, la vida de los santos es lo que mueve, el ejemplo que arrastra. Mirando a los
cristianos, los paganos decían: “¡Mirad cómo se aman!”
Cada uno puede hacer una filigrana en su vida, como en el mosaico, en la vidriera o
en el fresco, en el cual la luz de la gracia incide, golpea el corazón y saca la
maravilla de colores que vemos.
El tercer aspecto del pulchrum considerado en el instrumentum laboris era el más
importante: la belleza de la vida cristiana, es decir, de la santidad. No todos
estamos llamados a ser artistas, ni críticos de literatura, de arte o de música; pero
sí se nos llama a transmitir la belleza de la vida cristiana, a contagiar la alegría de
la fe. Siempre se ha dicho que, en el fondo, los dos grandes argumentos a favor de
la verdad del Cristianismo fueron el arte cristiano y la vida de los santos. Y de los
dos, la vida de los santos es lo que mueve, el ejemplo que arrastra. Mirando a los
cristianos, los paganos decían: “¡Mirad cómo se aman!”
Cada uno puede hacer una filigrana en su vida, como en el mosaico, en la vidriera o
en el fresco, en el cual la luz de la gracia incide, golpea el corazón y saca la
maravilla de colores que vemos.
Tomado de “Salvadme Reina nº 34” revista de los Heraldos del Evangelio de
mayo de 2006.
mayo de 2006.