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lunes, 21 de noviembre de 2011

Resumen de la Carta Apostólica Porta Fidei de su Santidad Benedicto XVI


La Delegación de Catequesis de la diócesis de Cádiz y Ceuta (http://catequesiscadizyceuta.wordpress.com/) nos ofrece un magnifico material, resumen de la Carta Apostólica Porta Fidei de su Santidad Benedicto XVI que conviene dejarse iluminar, ante la convocatoria del Año de la Fe por el Santo Padre, que comenzará el 11 de octubre de 2012 y terminará el 24 de noviembre de 2013, solemnidad de Jesucristo Rey del universo.


25 frases de la Porta fidei de Benedicto XVI anunciando el
Año de la Fe 2012-2013


1. «La puerta de la fe» (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida

La necesidad de la fe ayer, hoy y siempre
2.- Profesar la fe en la Trinidad -Padre, Hijo y Espíritu Santo -equivale a creer en un solo Dios que es Amor (cf. 1 Jn 4, 8): el Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de os siglos en la espera del retorno glorioso del Señor.
3.- Sucede hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común. De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado. Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas.
No podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta (cf. Mt 5, 13-16). Como la samaritana, también el hombre actual puede sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que invita a creer en él y a extraer el agua viva que mana de su fuente (cf. Jn 4, 14).
4.- Debemos descubrir de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios, transmitida fielmente por la Iglesia, y el Pan de la vida, ofrecido como sustento a todos los que son sus discípulos (cf. Jn 6, 51). Creer en Jesucristo es, por tanto, el camino para poder llegar de modo definitivo a la salvación.

Vigencia y valor del Concilio Vaticano II
5- Las enseñanzas del Concilio Vaticano II, según las palabras del beato Juan Pablo II, «no pierden su valor ni su esplendor. Es necesario leerlos de manera apropiada y que sean conocidos y asimilados como textos cualificados y normativos del Magisterio, dentro de la Tradición de la Iglesia. [...] Siento más que nunca el deber de indicar el Concilio como la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza». Yo también deseo reafirmar con fuerza lo que dije a propósito del Concilio pocos meses después de mi elección como Sucesor de Pedro: «Si lo leemos y acogemos guiados por una hermenéutica correcta, puede ser y llegar a ser cada vez más una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia».

La renovación de la Iglesia es cuestión de fe
6. La renovación de la Iglesia pasa también a través del testimonio ofrecido por la vida de los creyentes: con su misma existencia en el mundo, los cristianos están llamados efectivamente a hacer resplandecer la Palabra de verdad que el Señor Jesús nos dejó.
7.- En esta perspectiva, el Año de la fe es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo. Dios, en el misterio de su muerte y resurrección, ha revelado en plenitud el Amor que salva y llama a los hombres a la conversión de vida mediante la remisión de los pecados (cf. Hch 5, 31). Para el apóstol Pablo, este Amor lleva al hombre a una nueva vida.

La fe crece creyendo
8. «Caritas Christi urget nos» (2 Co 5, 14): es el amor de Cristo el que llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar. Hoy como ayer, él nos envía por los caminos del mundo para proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la tierra (cf. Mt 28, 19). Con su amor, Jesucristo atrae hacia sí a los hombres de cada generación: en todo tiempo, convoca a la Iglesia y le confía el anuncio del Evangelio, con un mandato que es siempre nuevo. Por eso, también hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe.
9.- La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo. Nos hace fecundos, porque ensancha el corazón en la esperanza y permite dar un testimonio fecundo: en efecto, abre el corazón y la mente de los que escuchan para acoger la invitación del Señor a aceptar su Palabra para ser sus discípulos. Como afirma san Agustín, los creyentes «se fortalecen creyendo».

Profesar, celebrar y testimoniar la fe públicamente
10.- Redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada, y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe de hacer propio, sobre todo en este Año.
11.- El cristiano no puede pensar nunca que creer es un hecho privado. La fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con él. Y este «estar con él» nos lleva a comprender las razones por las que se cree. La fe, precisamente porque es un acto de la libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se cree.
12.- No podemos olvidar que muchas personas en nuestro contexto cultural, aún no reconociendo en ellos el don de la fe, buscan con sinceridad el sentido último y la verdad definitiva de su existencia y del mundo. Esta búsqueda es un auténtico «preámbulo» de la fe, porque lleva a las personas por el camino que conduce al misterio de Dios. La misma razón del hombre, en efecto, lleva inscrita la exigencia de «lo que vale y permanece siempre.

La utilidad del Catecismo de la Iglesia Católica
13. Para acceder a un conocimiento sistemático del contenido de la fe, todos pueden encontrar en el Catecismo de la Iglesia Católica un subsidio precioso e indispensable. Es uno de los frutos más importantes del Concilio Vaticano II.
14.- Precisamente en este horizonte, el Año de la fe deberá expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados sistemática y orgánicamente en el Catecismo de la Iglesia Católica.
15.- En su misma estructura, el Catecismo de la Iglesia Católica presenta el desarrollo de la fe hasta abordar los grandes temas de la vida cotidiana. A través de sus páginas se descubre que todo lo que se presenta no es una teoría, sino el encuentro con una Persona que vive en la Iglesia. A la profesión de fe, de hecho, sigue la explicación de la vida sacramental, en la que Cristo está presente y actúa, y continúa la construcción de su Iglesia. Sin la liturgia y los sacramentos, la profesión de fe no tendría eficacia, pues carecería de la gracia que sostiene el testimonio de los cristianos. Del mismo modo, la enseñanza del Catecismo sobre la vida moral adquiere su pleno sentido cuando se pone en relación con la fe, la liturgia y la oración.
16. Así, pues, el Catecismo de la Iglesia Católica podrá ser en este Año un verdadero instrumento de apoyo a la fe, especialmente para quienes se preocupan por la formación de los cristianos, tan importante en nuestro contexto cultural.
17.- Para ello, he invitado a la Congregación para la Doctrina de la Fe a que, de acuerdo con los Dicasterios competentes de la Santa Sede, redacte una Nota con la que se ofrezca a la Iglesia y a los creyentes algunas indicaciones para vivir este Año de la fe de la manera más eficaz y apropiada, ayudándoles a creer y evangelizar.
18.- La fe está sometida más que en el pasado a una serie de interrogantes que provienen de un cambio de mentalidad que, sobre todo hoy, reduce el ámbito de las certezas racionales al de los logros científicos y tecnológicos. Pero la Iglesia nunca ha tenido miedo de mostrar cómo entre la fe y la verdadera ciencia no puede haber conflicto alguno, porque ambas, aunque por caminos distintos, tienden a la verdad.

Recorrer y reactualizar la historia de la fe
19. A lo largo de este Año, será decisivo volver a recorrer la historia de nuestra fe, que contempla el misterio insondable del entrecruzarse de la santidad y el pecado. Mientras lo primero pone de relieve la gran contribución que los hombres y las mujeres han ofrecido para el crecimiento y desarrollo de las comunidades a través del testimonio de su vida, lo segundo debe suscitar en cada uno un sincero y constante acto de conversión, con el fin de experimentar la misericordia del Padre que sale al encuentro de todos.
20.- Durante este tiempo, tendremos la mirada fija en Jesucristo, «que inició y completa nuestra fe» (Hb 12, 2): en él encuentra su cumplimiento todo afán y todo anhelo del corazón humano. La alegría del amor, la respuesta al drama del sufrimiento y el dolor, la fuerza del perdón ante la ofensa recibida y la victoria de la vida ante el vacío de la muerte, todo tiene su cumplimiento en el misterio de su Encarnación, de su hacerse hombre, de su compartir con nosotros la debilidad humana para transformarla con el poder de su resurrección. En él, muerto y resucitado por nuestra salvación, se iluminan plenamente los ejemplos de fe que han marcado los últimos dos mil años de nuestra historia de salvación.

No hay fe sin caridad, no hay caridad sin fe
21.-. El Año de la fe será también una buena oportunidad para intensificar el testimonio de la caridad. San Pablo nos recuerda: «Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de ellas es la caridad» (1 Co 13, 13). Con palabras aún más fuertes -que siempre atañen a los cristianos-, el apóstol Santiago dice: «¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos de alimento diario y alguno de vosotros les dice: “Id en paz, abrigaos y saciaos”, pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así es también la fe: si no se tienen obras, está muerta por dentro. Pero alguno dirá: “Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe”» (St 2, 14-18).
22.- La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino. En efecto, muchos cristianos dedican sus vidas con amor a quien está solo, marginado o excluido, como el primero a quien hay que atender y el más importante que socorrer, porque precisamente en él se refleja el rostro mismo de Cristo. Gracias a la fe podemos reconocer en quienes piden nuestro amor el rostro del Señor resucitado es compañera de vida que nos permite distinguir con ojos siempre nuevos las maravillas que Dios hace por nosotros. Tratando de percibir los signos de los tiempos en la historia actual, nos compromete a cada uno a convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo.

Lo que el mundo necesita son testigos de la fe
23.- Lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que, iluminados en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene fin.

24.- «Que la Palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada» (2 Ts 3, 1): que este Año de la fe haga cada vez más fuerte la relación con Cristo, el Señor, pues sólo en él tenemos la certeza para mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero.
25.- Las palabras del apóstol Pedro proyectan un último rayo de luz sobre la fe: «Por ello os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas; así la autenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro, que, aunque es perecedero, se aquilata a fuego, merecerá premio, gloria y honor en la revelación de Jesucristo; sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe; la salvación de vuestras almas» (1 P 1, 6-9). La vida de los cristianos conoce la experiencia de la alegría y el sufrimiento. Cuántos santos han experimentado la soledad. Cuántos creyentes son probados también en nuestros días por el silencio de Dios, mientras quisieran escuchar su voz consoladora. Las pruebas de la vida, a la vez que permiten comprender el misterio de la Cruz y participar en los sufrimientos de Cristo (cf.Col 1, 24), son preludio de la alegría y la esperanza a la que conduce la fe: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Co 12, 10). Nosotros creemos con firme certeza que el Señor Jesús ha vencido el mal y la muerte. Con esta segura confianza nos encomendamos a él: presente entre nosotros, vence el poder del maligno (cf. Lc 11, 20), y la Iglesia, comunidad visible de su misericordia, permanece en él como signo de la reconciliación definitiva con el Padre.

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viernes, 18 de noviembre de 2011

Benedicto XVI: «Con la nueva evangelización redescubriréis la alegría de creer»


El Papa publica «Porta Fidei», hoja de ruta del «Año de la Fe»

Benedicto XVI publicó la carta apostólica «Porta Fidei» (Puerta de la Fe), con la que convoca de forma oficial el «Año de la Fe» que anunció el día anterior. Esta iniciativa, promovida por el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, comenzará el 11 de octubre del año que viene, cuando se celebra el cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y concluirá el 24 de noviembre de 2013.


En su motu proprio, el Pontífice recuerda que Pablo VI ya proclamó un Año de la Fe en 1967 con motivo del décimo noveno centenario del martirio de San Pedro y San Pablo. Su objetivo era la «confirmación, comprensión y profundización» de la fe católica en las circunstancias propias de aquellos años. En medio de la «profunda crisis de fe que afecta a muchas personas» hoy, Benedicto XVI revive esta iniciativa para reactivar la misión eclesiástica y con el objetivo añadido de comprender mejor los textos que dejaron los «padres» del Concilio Vaticano II. De aquellas enseñanzas la Iglesia puede sacar la fuerza necesaria para afrontar su necesaria renovación, propone el Papa. Dentro del recuerdo del legado conciliar, el inicio del «Año de la Fe» también coincide con el vigésimo aniversario de la publicación del catecismo de la Iglesia Católica, cuya coordinación recayó precisamente en el entonces cardenal Joseph Ratzinger. 

«El catecismo constituye uno de los frutos más importantes del Concilio Vaticano II», afirma el Papa, quien rememora el deseo de Juan Pablo II de que sirviese para «renovar» la vida eclesial.
Compromiso activo

En «Porta Fidei», Benedicto XVI recuerda a los católicos que no deben desarrollar sus creencias de forma privada y les insta a que se comprometan de forma activa en  el esfuerzo de la nueva evangelización. Ésta les permitirá, afirma el Pontífice alemán, «redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe».


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lunes, 9 de mayo de 2011

50 AÑOS DE LA ENCÍCLICA MATER ET MAGISTRA



EL MUNDO EN LOS SESENTA
Hace cincuenta años el mundo era bastante distinto al actual, aunque a muchos de los que tuvimos la suerte de vivirlos nos cueste trabajo comprender el alcance de tantísimo cambio. Para ilustrar algo aquellos años la Biblioteca de Autores Cristianos (BAC) nos da unas cuantas pinceladas: el rifle de repetición, el micrófono y la bombilla eléctrica formaban parte de nuestra vida desde hacía setenta años; la primera bomba atómica ya había caído en Hiroshima hacía dieciséis años; USA experimentó la primera de hidrógeno en 1952; en 1959 vemos la cara oculta de la luna desde una cámara de televisión que viaja en un satélite soviético, gracias a que dos años antes el "Sputnik" ruso iniciara los vuelos fuera del espacio exterior…
Además, los pueblos de Asia y África van naciendo, con alegría o sangre, a la independencia; la ONU, constituida en 1945 por 51 Estados, alcanza los ciento diez miembros libres en el pontificado de Juan XXIII; se ha dado, a escala de naciones enteras, la misma emancipación de siervos de la época de León XIII…Y también, la distancia que separaba y separa a ricos y pobres divide en los años sesenta a los pueblos ahora denominados "desarrollados" y" subdesarrollados"; a los jornales bajos se les llama en la época "rentas per capita"; el hambre se extiende a cientos de millones y se agrava por el crecimiento demográfico; los barrios proletarios sustituyen a las grandes y deprimidas áreas agrícolas, con jornadas inhumanas, paga insegura, trabajo de la mujer y el niño, enfermedad, analfabetismo, descreimiento, desesperanza…
Nunca una luz tan brillante como la del gran progreso técnico ha tenido sombra tan oscura como la de esta miseria. (Presentación de Mater et Magistra en BAC)



¿DONDE ESTABA LA IGLESIA HACE CINCUENTA AÑOS?
En los años sesenta la Iglesia se presenta a la vez, desde veinte años atrás, tanto inmersa en investigaciones pastorales y teológicas, como en una cierta ruptura con la Iglesia salida del concilio de Trento, del que se vivía desde hacía cuatro siglos.
En el año 1958 el cardenal Roncalli, de 77 años, sucedía a Pío XII (veinte años de Pontificado), que tomó el nombre de Juan XXIII. Por su experiencia diplomática sacó la conclusión de que el mundo había evolucionado mucho y que la Iglesia estaba ausente de muchos sectores de la vida. Comenzó el nuevo estilo de salir del Vaticano, con la intención de mostrar la Iglesia al mundo.
A los tres meses de Pontificado provocó la sorpresa general anunciando la reforma del código canónico y la reunión de un concilio para la iglesia universal. Pio XI y Pio XII habían soñado con un concilio alguna vez, pero se pensaba que había pasado la época de los concilios con la proclamación de la infalibilidad pontificia y con la facilidad de comunicación con Roma.
Sin tener ideas muy concretas sobre el contenido del concilio, Juan XXIII le señaló dos objetivos muy amplios: una adaptación (aggiornamento) de la iglesia y del apostolado a un mundo en plena transformación, y la vuelta a la unidad de los cristianos.
En esos momentos, pues, la Iglesia está, no tratando de luchar contra sus adversarios, sino de encontrar un medio de expresión para el mundo en que vivía y que parecía ignorar. En palabras de Juan XXIII: "Hay que sacudir el polvo imperial" que recubre la Iglesia.

LA ENCÍCLICA "MATER ET MAGISTRA"
Antes de la solemne apertura del Concilio Vaticano II el 11 de octubre de 1962, el Papa Juan tuvo ocasión de publicar, el 15 de mayo de 1961, su primera carta encíclica, "SOBRE EL RECIENTE DESARROLLO DE LA CUESTION SOCIAL A LA LUZ DE LA DOCTRINA CRISTIANA", cuyo comienzo –"Madre y Maestra de pueblos, la Iglesia…"- le da nombre.
Esta encíclica vio la luz con motivo del septuagésimo aniversario de la encíclica Rerum Novarum , de León XIII. A las cuestiones sociales de dimensiones universales vuelve el corazón Juan XXIII, como los volvió León XIII setenta años antes.

En la Encíclica se refuerzan ideas ya desarrolladas por anteriores papas:
- El hombre, y no el Estado, como centro y fin de la vida social;
- La subsidiaridad de cada nivel asociativo con respecto a su inferior y de todos frente a la actividad libre de la persona humana;
- La reafirmación de la propiedad privada como derecho individual;
- La subordinación del provecho propio al bien común.

Y otras ideas son nuevas y llenas de fuerza:
- El concepto del bien común aplicado al consorcio de todas las naciones;
- Los claros criterios sobre la socialización necesaria para mejor servir a la persona;
- La realística consideración de los pueblos subdesarrollados y del desnivel humano en los sectores agrícolas;
- La detección del cripto-colonialismo (un colonialismo oculto);
- Las primeras alusiones a la regulación moral del crecimiento demográfico
El lenguaje claro y rompedor de la Encíclica hizo que fuera recibida con asombro: a medias entre el agradecimiento (los arzobispos del África Occidental) y el recelo (la prensa rusa). El gran capitalismo callaba.

¿Y DÓNDE ESTABA LA IGLESIA DE SEVILLA?
A finales del año 1961 ni el pueblo fiel ni las autoridades eclesiásticas vivían con ansiosas expectativas las vísperas conciliares. Sencillamente no nos sonaba el Concilio para nada, como a más de medio mundo. Pero a principios del año 62 la voz del cardenal arzobispo de Sevilla, José Mª Bueno Monreal, se hizo oir a través de una Instrucción Pastoral, acostumbrada en vísperas cuaresmales, que en ese año llevaba por título "ALGUNOS PROBLEMAS SOCIALES DE LA ARCHIDIÓCESIS DE SEVILLA". (Publicada el 18 de febrero de 1962, Domingo de Septuagésima)
La presentación de la misma no podía ser más directa y acertada: "La carta encíclica de Su Santidad Juan XXIII "Mater et Magistra", que viene a urgir el despertar de nuestra conciencia social, nos ofrece ocasión oportuna para recordaros algunos principios sencillos, pero fundamentales, de especial interés en el presente momento social diocesano".


Solamente nos detenemos en el pilar en que fundamenta su exhortación: con palabras tan claras como Juan XXIII describe dos planos: los hechos y la mentalidad reinante:
- La realidad es dolorosa: los salarios insuficientes encuentran un irritante contraste con un lujo desorbitado; y el orden económico está radicalmente turbado, pues los oscuros brochazos que describió León XIII siguen vigentes en nuestra situación social.
- La falta de conciencia social abre una amplísima brecha en el orden moral: confesamos nuestra fe y no vivimos la caridad.


Hoy, cincuenta años después de Mater et Magistra, la denuncia explícita de Juan XXIII no ha sido sanada, y su aniversario nos debe servir para seguir corrigiendo las situaciones no cerradas.


Delegación diocesana de Orientación Social

Archidiócesis de Sevilla
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lunes, 14 de marzo de 2011

Exhortación Apostólica VERBUM DOMINI


El pasado 30 de septiembre de este año 2010, su Santidad el papa Benedicto XVI publicó la "Exhortación Apostólica VERBUM DOMINI", dirigida al Episcopado, al clero, a las personas consagradas y a los fieles laicos sobre la Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia.

En relación a los Diáconos Permanentes, el Papa hace la siguiente reflexión:"81. Quisiera referirme también al puesto de la Palabra de Dios en la vida de los que están llamados al diaconado, no sólo como grado previo del orden del presbiterado, sino como servicio permanente. El Directorio para el diaconado permanente dice que, «de la identidad teológica del diácono brotan con claridad los rasgos de su espiritualidad específica, que se presenta esencialmente como espiritualidad de servicio. El modelo por excelencia es Cristo siervo, que vivió totalmente dedicado al servicio de Dios, por el bien de los hombres». En esta perspectiva, se entiende cómo, en las diversas dimensiones del ministerio diaconal, un «elemento que distingue la espiritualidad diaconal es la Palabra de Dios, de la que el diácono está llamado a ser mensajero cualificado, creyendo lo que proclama, enseñando lo que cree, viviendo lo que enseña». Recomiendo por tanto que los diáconos cultiven en su propia vida una lectura creyente de la Sagrada Escritura con el estudio y la oración. Que sean introducidos a la Sagrada Escritura y su correcta interpretación; a la teología del Antiguo y del Nuevo Testamento; a la interrelación entre Escritura y Tradición; al uso de la Escritura en la predicación, en la catequesis y, en general, en la actividad pastoral."

El fundamento de la espiritualidad cristiana es la Palabra de Dios. La cual los Diáconos tienen la noble labor de anunciarla y celebrarla en la Iglesia
El Papa en una de sus conclusiones dice:"123. Cuanto más sepamos ponernos a disposición de la Palabra divina, tanto más podremos constatar que el misterio de Pentecostés está vivo también hoy en la Iglesia de Dios. El Espíritu del Señor sigue derramando sus dones sobre la Iglesia para que seamos guiados a la verdad plena, desvelándonos el sentido de las Escrituras y haciéndonos anunciadores creíbles de la Palabra de salvación en el mundo."
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lunes, 7 de marzo de 2011

Dimensión universal del amor al prójimo


Consiste justamente en que, en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco. Esto sólo puede llevarse a cabo a partir del encuentro íntimo con Dios, un encuentro que se ha convertido en comunión de voluntad, llegando a implicar el sentimiento. Entonces aprendo a mirar a esta otra persona no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo. Su amigo es mi amigo. Más allá de la apariencia exterior del otro descubro su anhelo interior de un gesto de amor, de atención, que no le hago llegar solamente a través de las organizaciones encargadas de ello, y aceptándolo tal vez por exigencias políticas. Al verlo con los ojos de Cristo, puedo dar al otro mucho más que cosas externas y necesarias: puedo ofrecerle la mirada de amor que él necesita. En esto se manifiesta la imprescindible interacción entre amor a Dios y amor al prójimo.

Deus caritas est, 18

Benedicto XVI
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