slider cabecera

Mostrando entradas con la etiqueta Comentarios al Evangelio. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Comentarios al Evangelio. Mostrar todas las entradas

miércoles, 8 de febrero de 2012

Comentarios al evangelio del 12 de febrero de 2012

¿Cuál es nuestra lepra? (Mc 1,40-45)

El evangelista Marcos despliega en su relato lo que significa la predicación de Jesús sobre su buena noticia. No se trata de algo abstracto, sino que a través de la enseñanza y de los signos va desgranando el secreto de su mensaje: anunciar el Reino de Dios. Esta vez el protagonista de la escena es un leproso. Recordemos la carga negativa que tenía esta enfermedad entonces: la dolencia física llena de sufrimiento y podredumbre, el rechazo social hasta cotas de dramatismo inhumano, y por si fuera poco también la maldición religiosa que consideraba la lepra como fruto del pecado del enfermo y de la ira de Dios.

Era algo terrible. Estamos ante el encuentro de Jesús con una de las realidades más duras y dolientes de su época. Un encuentro que el evangelista describe con trazos de auténtica compasión: “se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: si quieres puedes limpiarme. Sintiendo lástima extendió la mano y lo tocó diciendo: quiero, queda limpio”.

Vemos cómo Jesús salta las barreras sociorreligiosas (escucha al leproso, atiende al marginal, toca al intocable, y compasivo, le cura). Preside la misericordia entrañable de esa luz de Dios que vino a disipar toda oscuridad. Y termina el relato con la “desobediencia” de este hombre a la advertencia de Jesús de no decírselo a nadie: comunicará a todos, y con gran fuerza, lo que a él le había ocurrido, haciendo del hecho una proclamación o predicación, es decir, lo mismo (se emplea el mismo verbo) que hacía Jesús por toda Galilea.

Esto es algo que siempre ha sucedido en la historia de la salvación cristiana: cuando alguien ha sido tocado por la Gracia del Señor, el testimonio es imparable, sin pose ni fingimiento, como les pasó a los primeros discípulos que vieron a Jesús, que al encontrar a Simón le dirán: “hemos visto al Mesías”.

La pregunta que nos hacemos ante tantos otros leprosos y tantas otras lepras modernas (soledad, depresión, ateísmo, secularización, hambre, injusticia, guerra, sida...), es cómo podría tocar hoy Jesús toda esta realidad. Y la respuesta que nos da la historia cristiana es siempre la misma: con nuestras manos. No hay otras manos. Así lo dispuso Él. Acercar a través de nuestra pequeña pero insustituíble solicitud, la salvación y la Gracia que provienen de Él. Somos carne de Jesús. Somos su Cuerpo. Los varios leprosos de la maldición marginada –sea cual sea su nombre y su tragedia– nos esperan. También ellos, como ojalá nosotros, quieren proclamar a quien quiera escuchar que el Señor ha hecho con ellos misericordia. Las lepras antiguas o las lepras modernas no tienen la última palabra, cuando el Reino de Dios ha comenzado y se sigue escuchando en el testimonio de los discípulos de Jesús.

 
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

Leer más...

jueves, 2 de febrero de 2012

Comentarios al evangelio del 5 de febrero de 2012


Buscadores de Dios

(Mc 1,29-39)


Es una de las imágenes que más se repite en el Evangelio: tantos buscan a Jesús. Unos porque van detrás de Él siguiéndole como discípulos. Otros van en pos a ver si lo descubren en algún renuncio y pueden acusarlo y condenarlo. La escena que se nos presenta se desenvuelve en Cafarnaún, en casa de Simón. Tras lo ocurrido con el endemoniado en la Sinagoga unas horas antes en aquel sábado (Mc 1,21-28), suceden dos reacciones similares respecto de Jesús. En efecto, los discípulos dijeron a Jesús que la suegra de Simón estaba con fiebre en cama. Jesús la curó y ella se puso a servirles. Pero, no sólo a ellos: "al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y poseídos. La población entera se agolpaba a la puerta" (Mc 1,30-32). Era un espectáculo: enfermos, poseídos, todo el pueblo de espectador... Dice el Evangelio que curó a muchos y expulsó a muchos demonios. Pero al llegar la madrugada, Jesús se levantó y se fue a la soledad del campo para orar.
Sin embargo, no fue Él el único que madrugó aquel domingo. Los discípulos, embajadores de suegras, lo serán ahora de la masa: "Simón y sus compañeros fueron, y al encontrarlo le dijeron: todo el mundo te busca" (Mc 1,36-37). Tanto los discípulos como aquel pueblo, perseguían al Maestro. ¿Que les seducía? ¿Qué habían descubierto en Él? ¿Qué esperaban recibir? Aquí se abre una dolorosa división entre el modo de pensar y de actuar de Jesús y de todos los demás en esta escena. Estaban en planos completamente diferentes.
Es lo que dice Juan al contarnos el dolido reproche de Jesús ante el "interés" que su Persona suscitaba tras el milagro de los panes y los peces: "en verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado" (Jn 6,26).
Evidentemente, se puede buscar a Jesús, se le puede seguir y perseguir, como quien entra en un supermercado: para autoservirse sólo de aquello que se quiere consumir, haciendo caso omiso del resto de las ofertas. La iniciativa no la tienen los estantes, ni el dueño del negocio, sino la libertad del consumidor. No es así, no debe serlo, en la relación con Jesucristo, no cabe un cristianismo "a la carta". Él se nos da por entero, y sólo por entero podemos darnos a Él en respuesta agradecida. No vale servirse de Jesús, aprovecharse de Dios, sólo en la prebenda, en el favor, en la recomendación. Acoger a Jesús es acoger el don de su Persona, el Reino, hecho de palabras y signos, de gracia y de exigencia, de entrega y donación. Y ese Reino es amar a Dios amando todo lo que Él ama, y por lo tanto hacer nuestra su causa y su proyecto, sus amores y dolores, sus hijos todos. Seremos así eco que se escucha, y testimonio creíble de la Buena Noticia que quien pasó haciendo el bien nos dejó como tarea.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

Leer más...

martes, 17 de enero de 2012

Comentarios al evangelio del 22 de enero de 2012

Sin hablar por hablar (Mc. 1, 14-20)

Se suele decir, que cuando no hay nada de que hablar es recurrente e inocuo hablar del tiempo. No de algo o de alguien que nos interesa y nos determina, sino de algo que queda tan afuera del corazón, tan al margen de nuestras preguntas, que hablando del tiempo es hablar por hablar. Y esto podría ocurrir incluso cuando hablamos de Dios: se comentan las lluvias y los fríos, sin que ello cambie la situación en la que para bien o para mal vivimos los comentaristas. Pero, ¿qué tiene que ver ésto con el problema de la recesión económica que nos aprieta en la cuesta-arriba-de-cada-mes? ¿qué tiene que ver con la absurda enemistad que nos lleva a ignorarnos, a odiarnos, a matarnos en tantos frentes y trincheras lejanas y cercanas? ¿qué tiene que ver con esa enfermedad ideseada o con esa muerte inesperada que cambian el rumbo de nuestra existencia y que parecen ganar el pulso a nuestra frágil esperanza? ¿qué tiene que ver todo esto con mis soledades, con todos esos come-come que me llenan de pesadumbre hasta respirar tristeza y depresión? Y así tantas preguntas, de las que tienen nombre y peso y espesor, las cuales tenían en la época de Jesús y tienen en la nuestra muy poco que ver con un hablar tontamente del tiempo .
 Pero vino Jesús y paró el tiempo viejo para hacer sonar el despertador de la historia: se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios, está ya entre vosotros... convertíos y creed la Buena Noticia (Mc 1,14-15). Él ha traído la buena noticia del “¡ya está bien!”, del “¡se ha cumplido el plazo!”. Porque ha dado comienzo otra realidad: se acabaron los caínes fratricidas, las babeles pretenciosas, los becerros de oro de turno. Es posible comenzar otra historia, otro modo de ser humanos: recuperar el proyecto de Dios... estrenándolo de una vez. Y para eso vino Jesús: para mostrarlo en su Persona, para concedérnoslo con su Gracia, para acompañarlo con su Presencia y su Palabra, para recordarlo con su Iglesia.

Hace 2000 años hubo gente que escuchó este Evangelio y sin embargo siguió hablando del tiempo. Hubo otros que lo creyeron, le dieron tanto crédito que cambiaron su vida, es decir, se convirtieron. Fue un modo de escuchar esa noticia buena que se transformó en seguimiento de su Portavoz, Jesucristo, y se fueron con Él a vivir y a desvivirse por Él y los demás. El tiempo de Dios había empezado a sonar. Pequeñas pero imparables, comenzaron a sonar las campanadas de la esperanza y la alegría, de la paz y la caridad. Era la gracia de Dios hecha acontecimiento para la historia. Nosotros podemos hablar del tiempo o acoger este Evangelio, siguiendo a Jesús, viviendo con y como Él, construyendo el Reino de Dios. Es el riesgo apasionante de nuestra libertad.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm.
Arzobispo de Oviedo
Leer más...

jueves, 12 de enero de 2012

Comentarios al evangelio del 15 de enero de 2012


Momento inolvidable (Jn 1,35-42)

Siempre hay una primera vez en todas las cosas, que cuando se trata de algo particularmente determinante de nuestra vida, no se olvida jamás. Esto vale en toda historia de amor de un modo especial, y de amor histórico, real, datable e inolvidable nos habla el relato del evangelio que vamos a escuchar en este domingo. Es sin duda alguna una de las más estremecedoras escenas: el encuentro de Jesús con sus dos primeros discípulos. Aquí está el comienzo de toda una aventura insospechada e inimaginable, de la que uno de los testigos, Juan evangelista, no podrá ni querrá dejar pasar inadvertida.

En primer lugar vemos a Jesús que pasa, y al último profeta que lo señala. Una mirada que se hace enseguida confesión. “Es el Cordero de Dios”: el cordero sacrificado como ofrenda, el cordero comido como recuerdo de la salvación y fidelidad de Dios. Es importante esa mirada y esa confesión del Bautista, sin las cuales aquellos dos discípulos no habrían sabido quién era Aquel que pasaba ni habría sucedido todo lo que aconteció tras su paso. Juan Bautista simplemente miró, señaló y confesó; no hizo lo más importante, pero esto no habría acontecido sin lo que le correspondió a él hacer. El resto lo hizo Dios.

En segundo lugar tenemos una pregunta y una casa. Algo así de cotidiano. Aquellos dos discípulos comenzaron a seguir a Jesús, con un seguimiento henchido de búsquedas y de preguntas: el haber encontrado al maestro de su vida, el querer conocer su casa, el comenzar a convivir con él y a vivirle a él. El Evangelio dará cuenta de todas las consecuencias de este encuentro, de estas búsquedas y preguntas iniciales. Aquí está sólo el germen, pero tan incisivo e imprescindible, tan fundamental y tan fundante para el resto de sus vidas, que Juan evangelista no olvidará anotar cuando escriba esta página, ya anciano, la hora en que esto sucedió: las 4 de la tarde. Así sucede siempre con todo amor-Amor: no olvida jamás el instante de la 1ª vez aunque se le olviden tantas otras cosas. Este fue el inicio. Luego vendrá toda una vida, consecuencia de aquello que sucedió a la hora décima cuando vieron pasar a Jesús: el Tabor y su gloria, la última cena con su intimidad junto al costado del Maestro, Getsemaní y su sopor, el pie de la cruz, el sepulcro vacío y la postrera pesca milagrosa, el cenáculo y María en la espera del Espíritu, Pentecostés y la naciente Iglesia... tantas cosas con todos los matices que la vida siempre dibuja. Todo comenzó entonces a las 4 de la tarde.

Finalmente, nos encontramos con una misión incontenible. Aquellos discípulos no se encerraron en la casa de Jesús ni detuvieron el reloj del tiempo. Salieron de allí, y dieron las cinco y las seis, y las mil horas siguientes. Y a los que encontraban les narraban con sencillez lo que a ellos les había sucedido, permitiendo así que Jesús hiciera con los demás lo que con ellos había hecho. ¿No es esto el Cristianismo? 

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Leer más...

jueves, 5 de enero de 2012

Comentarios al evangelio del 8 de enero de 2012


Ya han pasado estas fiestas navideñas, y ahora viene el rito laborable que tanta gente tendrá que realizar volviendo a esa trama cotidiana en donde se faena cada día. Pero como broche de cierre de este tiempo especial navideño, la liturgia nos regala la fiesta del Bautismo del Señor que tanto puede decirnos al respecto. Jesús con su Bautismo inaugura su quehacer público. Deja el anonimato en el que ha vivido hasta entonces para zambullirse en la misión salvadora para la cual vino. Con el Bautismo de Jesús, Dios se inserta en esa historia de la que jamás dejó de estar presente, para estar de un modo más palpable y audible.

En estos días hemos recordado que Jesús es la Palabra que el Padre Dios acampó en nuestra tierra, pero Palabra que ha asumido hasta el final la condición humana, y por lo tanto, ha querido aprender a hablar nuestros lenguajes. Esta Palabra de nuestro Dios no tiene un sabor revanchista, como si Él se hubiera enojado ante nuestra pertinaz dureza e incomprensión de tantos mensajes y tantos mensajeros como nos ha ido enviando desde que decidimos desoír la primera palabra que nos dirigió en el umbral de la creación. No, no es Jesús la “palabra enfadada”, la palabra “despadrada” del Padre Dios. Vuelve a ser una palabra llena de misericordia entrañable.

Ahora vuelve aquella escena que recuerda la primera voz de Dios: el Espíritu de Dios que aletea como una paloma sobre nuestra tierra y nuestra historia. Es una Palabra que nos devuelve la felicidad perdida o pendiente de estreno. Jesús es una Palabra en la que podemos reconocer el lenguaje de nuestro corazón, porque Él pondrá la mejor “letra” a tantos tarareos que nos gastamos con esfuerzo desmedido e ineficaz. Él se ha humanado para enseñarnos a ser humanos, Él ha aprendido a decirse en nuestras lenguas para que nosotros comencemos a balbucir la suya, la que se habla en el hogar trinitario al que estamos destinados felizmente todos nosotros.

Después de las navidades volvemos al faenar de cada día, como Jesús reemprendió su presencia entre nosotros de un modo nuevo tras su Bautismo. Se nos invita a mirarle, a escucharle, porque en Él está nuestro espejo intuido y nuestro eco mejor. La alegría que está donde siempre estuvo y que no depende de consignas de grupo ni de guión de festejos, el gusto por la vida que llena de pasión cada cosa que se hace. Para esto ha venido Jesús, para esto ha comenzado su ministerio. En Él, la creación vuelve a ser pura, creíble, apasionante. Dios nos da su Palabra más amada y preferida... y nuestras voces encuentran finalmente el sentido de su hablar si logramos escucharla y entrar en su santa conversación.

+ Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Leer más...

martes, 20 de diciembre de 2011

Comentarios al evangelio del 24 de diciembre de 2011

Es la pascua primera, la de Dios que nos nace como hombre. Luego vendrá la segunda pascua, la de ese hombre que renace resucitado. En ambas pascuas se da el paso del Señor por nuestra historia: nacido y renacido para nuestra redención. En el día de Navidad es lo que recordamos.

Hoy es Juan el evangelista que nos acerca esta historia. Fue el discípulo amado, el que se recostó en el pecho del Maestro en aquella cena decisiva de intimidades, recuerdos y traiciones. No olvidará las palabras esenciales que escuchó de los labios del Maestro. San Juan nos refiere al comienzo de su Evangelio con estremecedoras palabras, qué es lo que hizo el Hijo de Dios: “la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros” (Jn 1,14). Una imagen que muy bien podría comprender aquél Pueblo que sabía a lo largo de su historia lo que significa vivir a la intemperie y cobijarse en una tienda. La tienda era para el pastor, para el peregrino, para el viajante... un lugar de reposo, de restablecimiento de las fuerzas desgastadas.

Dios es el que ha querido “acamparse” en el terruño de todas nuestras intemperies, enviando a su propio Hijo como una tienda en la que poder entrar para cobijarnos de todos los descobijos pensables de nuestra vida. De este modo tan inaudito  Dios ha cambiado de dirección y domicilio viniéndose a nuestro barrio, a nuestra casa. Pese a todos los nobles esfuerzos y a los agotadores intentos de hacer un mundo nuevo, constatamos nuestra incapacidad de diseñar una tierra que sea por todos habitable, una tierra en la que las sombras de guerras, mentiras, corruptelas, tristezas,  injusticias, muertes... no eclipsen el fulgor por el que sueñan los ojos de nuestro corazón.

Dios se ha hecho tienda, se ha acampado, nos ha dirigido su Palabra, nos ha manifestado su Gloria, nos ha regalado su Luz. Creer en la Encarnación de Dios, celebrar su Natividad, es posibilitar desde nuestra realidad personal y comunitaria, que aquel acontecimiento sucedido hace dos mil años siga sucediendo, y nuestra vida cristiana pueda ser un grito o un susurro del milagro de Dios: que los exterminios que hacemos y subvencionamos, con todos nuestros desmanes y pecados de acción y de omisión no tienen la última palabra, porque ésta corresponde a la de Dios que ha querido acamparse.

¿Podrán entrever nuestros contemporáneos, que efectivamente Dios no está lejano en su cielo, que se ha acampado muy cerca de nosotros? ¿Qué gestos tendríamos que ofrecer para testimoniar esta verdad, para que a través de nuestro vivir cotidiano tejido de pequeños o grandes momentos, puedan las gentes experimentar en la historia cristiana que Dios es Amor, que es Ternura, que es Verdad, que es Luz, que es Paz? Sólo si nuestra vida sabe a esto, si sabe a lo que sabe la de Dios, si somos tierra abierta para que en nosotros y entre nosotros, Él siga plantando su Tienda en medio de nuestras contiendas.

+ Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Leer más...

jueves, 15 de diciembre de 2011

Comentarios al evangelio del 18 de diciembre de 2011

El lienzo de María: su sí a Dios (Lc 1,26-38)

Estamos en el último domingo del Adviento. Es una última cita en donde se redondea el carrusel por donde la liturgia nos ha permitido contemplar dentro de este tiempo de preparación a la Navidad cristiana los distintos personajes que protagonizaron remota y próximamente aquel evento de salvación con la llegada del Mesías. Efectivamente la liturgia nos ha ido presentando diferentes evangelios que nos han permitido seguir los hitos de tres grandes testigos de la espera del Señor: Isaías, Juan el Bautista y María. Es el mensaje de la Virgen lo que en este último domingo se nos ofrece, y vale la pena que nos detengamos en el conocido relato de un encuentro.

Si pudiésemos comprender la escena dentro de un cuadro, hay dos trazos en el lienzo de la Anunciación que nos pueden ayudar también a nosotros a comprender la obra de arte de nuestra propia vida cuando dejamos que la pinte y la inmortalice el talento de Dios.

En primer lugar, se le dice a María: no temas. Tengo la impresión que hay muchos creyentes que tienen un secreto miedo a Dios, como si lo que Él nos fuese indicando fuera algo inevitable pero indeseado. No temer a Dios, porque cuanto de tantos modos Él nos propone es a nuestro favor, para nuestro bien, lo más correspondiente con nuestro corazón.

Luego se le dice a la Virgen: mira a tu prima Isabel. El ángel no está proponiendo a María una definición o un teorema, sino una historia reconocible. Reconocer que la fidelidad de Dios se hace historia y se hace también geografía, en las personas y en los lugares en donde se nos ha narrado el amor de Dios. Deberíamos descubrir en nuestra vida a dónde mirar, a quiénes mirar, para que nuestros ojos no queden cegados por el sin sentido mezquino que nos imponen todos los excesos con que a veces nos hacemos daño. Mirar a Isabel significó en María, y significa en nosotros, descubrir que el Señor nos consuela y nos estimula haciéndonos ver de un modo plástico y realista, que cuanto nos propone no es una quimera irreal sino una historia verificable en personas significativas que el mismo Señor nos pone al lado como una dulce compañía en la aventura de vivir y de creer.

Esa historia tiene su punto culminante en el envío de Jesús, el Hijo de Dios, nacido de mujer en la plenitud del tiempo. Pero ese punto es posible por el sí de una joven que se fió de Dios y creyó hasta el fondo que todo eso que es imposible para los humanos, no lo es para Dios. María dijo sí, y en ese sí Dios escribió el suyo eterno. El Señor nos conceda entrar en esos dos "síes": el de Dios y el de María, porque ahí está llamado a entrar también el nuestro como parte de esa misma conversación.

+ Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Leer más...

sábado, 3 de diciembre de 2011

Comentarios al evangelio del 4 de diciembre de 2011

Camineros que saben esperar en camino (Mc 1,1-8)

Con un tiempo litúrgico que nos ha estrenado el año nuevo, entramos en este segundo domingo de adviento a los protagonistas que nos van a acompañar en este itinerario de espera y esperanza. El comienzo del Evangelio de Marcos nos trae un eco de aquello que decía Isaías. Juan el Bautista es el continuador de esa serie de imperativos que escucharemos en la 1ª lectura de la Misa: “Consolad a mi pueblo..., gritadle que se ha cumplido su servicio..., preparadle un camino al Señor, allanad la estepa, alzad los valles, abajad las colinas, enderezad lo torcido, igualad lo escabroso...” (Is 40,1-5). El Bautista, mucho más escueto, dirá simplemente: “preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos” (Mc 1,3). Ambos profetas, inciden en lo mismo: que el Señor va a llegar y que su llegada no se puede improvisar. 

Algunos Santos Padres, como S.Bernardo, hablaban de los tres Advientos, las tres llegadas del Señor: la que aconteció hace dos mil años cuando vino en la humildad de nuestra carne; la que acontecerá al final de los tiempos, cuando Él vuelva en su gloria; y la que deseablemente acontece en la vida del creyente que acoge al Señor. Por eso, la actitud justa de un cristiano no es la nostalgia por aquella primera llegada de Jesucristo en Belén, ni tampoco el temor por la última venida, al final de los tiempos. La actitud de un cristiano que quiere celebrar en serio la venida cotidiana de Dios, es precisamente prepararse en el sentido que indican Isaías y Juan Bautista.
Cuáles son las altiveces que hay que allanar, cuáles los entuertos que hay que enderezar, cuáles los extravíos que hay que devolver a la verdad... es algo que cada uno debe ir viéndolo personalmente. Un creyente que se propone celebrar la Navidad-cristiana, sabe que el mensaje de Isaías y del Bautista no es la consabida cantinela que corresponde a este tiempo, sino que, efectivamente, hay que ir preparando ya nuestros caminos para vivir en cristiano este tiempo que en parte ha sido secuestrado paganamente. Mirando a Dios, mirando a nuestro derredor –ese entorno más próximo como también el más lejano–, y mirando a nuestra propia conciencia personal, sin lugar a dudas que hallaremos en nuestra vida pensamientos-palabras-acciones-omisiones... que están pidiendo una revisión para que el Señor pueda transitar nuestros caminos y nosotros recorrer sus senderos. Tiempo de Adviento, tiempo de cambio, de reconciliación, de conversión. Un tiempo en el que poner nombre a nuestra espera, para que no sea jamás vana nuestra esperanza.

+ Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

Leer más...

jueves, 24 de noviembre de 2011

Comentarios al evangelio del 27 de noviembre de 2011

Tiempo de esperar con esperanza (Mc 13,33-37)

Ha llegado el momento de recomenzar. Así cada año al inicio de nuestro año cristiano con estas semanas que nos adentran y preparan como tiempo fuerte para ese otro tiempo de gracia que es la Navidad. Pero es preciso que tal adentramiento tenga que ver con nuestra vida real, que haya una correspondencia entre lo que esperamos de veras y lo que se nos está prometiendo. Las palabras que envuelven la Palabra de Dios de este primer domingo de adviento son la espera y la vigilancia. Una espera que nos asoma al acontecimiento que –lo sepamos o no- aguardamos que suceda, y una vigilancia que nos despierta para no estar dormidos cuando le veamos pasar. ¿Cómo estaba la gente que, por primera vez, se las tuvo que ver con eso que nosotros hoy llamamos adviento? Había un gran grito que colgaba en sus gargantas: necesitaban algo nuevo, Alguien nuevo. Efectivamente, necesitaban abrazar una novedad que les arrebatase de sus zafiedades vulgares, de sus encerronas sin salida, de sus dramas insolubles, de sus trampas disfrazadas, de sus odios y tristezas, de sus errores y horrores...

Alguien que de verdad fuese la respuesta adecuada a sus búsquedas y anhelos. Era el primer adviento, la sala de espera de Alguien que realmente mereciera la pena y les soltase la cautiva posibilidad de ser felices. ¿Cabe esperar a Alguien que en el fondo esperan nuestros ojos, oídos y corazón... o tal vez ya estamos entretenidos suficientemente como para arriesgarnos a reconocer que hay demasiados frentes abiertos en nosotros y entre nosotros que, precisamente, están reclamando la llegada del Esperado?

El adviento que hoy comenzamos es una pedagogía de cuatro semanas que nos acompañará hasta la Navidad. Irán apareciendo los temas y los personajes con los que el evangelio de cada domingo nos invitará a esperar vigilando. “Vigilad”, dice Jesús en el evangelio de este domingo, porque el que ha venido hace veinte siglos y ha prometido volver al final de los tiempos, llega incesantemente al corazón y a la vida de quien no se cierra. Vigilad, es decir, entrad en la sala de espera del adviento, poned vuestras preguntas al sol, porque va a venir Aquel que únicamente las ha tomado en serio y Aquel que únicamente las puede responder: Jesucristo, redentor del hombre. Vigilad, estad despiertos, la espera que os embarga no es una quimera pasada y cansada sino la verdadera razón que cada mañana pone en pie nuestra vida para reconocer a Aquel que cada instante no deja de pasar. Por eso no repetimos cansinos viejos ritos que no nos dicen nada ya, sino la novedad eterna que nos regala este tiempo de esperanza y espera.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Leer más...

jueves, 17 de noviembre de 2011

Comentarios al evangelio del 20 de noviembre de 2011

            Dios Rey que se hace súbdito (Mt 25, 31-46)

Llegamos al término de todo un año en el que hemos ido acompañando a Jesús, Dios hecho hombre, a través de los diferentes momentos de su vida y ministerio redentor. Acabando el año cristiano se nos presenta una solemnidad del Señor que en­marca el sentido de este domingo último: Cristo Rey del Universo. Recordemos que Herodes, al comienzo de la vida del Señor, y Pilato al final, cada uno desde sus intere­ses, tuvie­ron miedo de este Jesús Rey. Pero la realeza de Jesús no era una alternativa política-re­ligiosa de nadie, ni traía su persona ninguna subversión con apariencia pia­dosa y aden­tros revolucionarios. Ni Pilato ni Herodes entendieron la realeza de Jesús, y por eso la persiguieron cada uno a su modo. Su realeza, se ha ido presentando y desgranando como un auténtico servicio: rei­nar para servir. Por eso rechazará la propuesta de Satanás en la ten­tación del poderío (Mt 4,8); o se marchará lejos huyendo al monte cuando la gente quería coronarle rey tras la multiplicación de los panes y los peces (Jn 6,15). Jesús se reco­noce rey, pero de otra manera. Es un rey que no tiene reparo en hacerse uno con los súbditos más desfavorecidos.

El juicio final del que nos habla este Evangelio, en el cual estarán presentes todas las naciones ante el trono de la gloria del Hijo del Hombre, será precisamente el juicio de quien tanto ha amado a sus ovejas, como admirablemente di­buja Ezequiel en la 1ª lec­tura (Ez 34,11-16). Es la imagen del Buen Pastor que Jesús hará suya después (Jn 10,1-21). ¿Cómo temer el juicio de quien tanto nos amó.

Pero este juicio misericordioso no sólo tendrá lugar solemnemente al final de los tiempos. Porque si la vida nueva consiste en encontrar, y reconocer, y amar al Hijo de Dios para permanecer así en la luz y en la verdad. Esto es lo que nos dice la pa­rábola de este Evangelio desde la estrecha vinculación que el rey-pastor Jesús hace de su persona con cada uno de los hombres, especialmente los más desfavorecidos.

Por eso hemos de repetir otra vez que debemos vigilar sobre nuestra fe y nues­tra vida cristiana, pero no al modo pagano: “por si acaso viene Dios y nos pilla” (actitud típica de quien sólo revisa y “pone al día” su cristianismo ante determinadas situaciones: boda, primera comunión de los hijos, una operación o cualquier otro peligro de muerte, etc.). Dios no es ese inevitable intruso en nuestra vida, del que se puede prescindir y al que se trata de esquinar. El juicio final está continuamente antici­pado en lo cotidiano de nuestra vida. El cristianismo no puede zanjarse en un curso in­tensivo, habiendo vivido descristiana­mente el resto de la vida. De la misma manera que cuanto decimos y  hacemos por Jesús, tiene una verificación también cotidiana en el amor al prójimo: “os aseguro que cuanto hicisteis con uno de esos mis humildes herma­nos, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40).

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Leer más...

jueves, 10 de noviembre de 2011

Comentarios al evangelio del 13 de noviembre de 2011


Dios puso su talento en el nuestro

No es el Señor un ladrón que viene a robarnos lo que previamente nos dio. Ni tampoco un gendarme que viene a fiscalizarnos registrando nuestra gestión. Y sin embargo debemos vivir atentos, vigilantes, ante la incesante llegada de quien siempre está a nuestro lado. La vigilancia ante un Dios de imprevisible llegada no significa una actitud casi enfermiza de temor. Dios llega siempre, ve siempre, oye siempre, y, por supuesto... da y se entrega siempre. Nos habla este Evangelio de los talentos de plata que recibieron unos empleados para que negociasen fructuosamente mientras el señor volvía de un viaje al extranjero. Estos talentos no eran riquezas cualesquiera, ni tampoco de esos sobrantes que se des­tinan a invertir a cualquier azar. Más bien, como dice el texto de Mateo, se trataba de los bienes del señor, de su haber personal, con lo cual se indicaban dos cosas: primero, la extrema confianza del señor en sus empleados al poner en sus manos y en su ingenio los bienes que él poseía; y segundo, la justa petición de cuentas a su vuelta, el balance de la gestión hecha por sus empleados, pues no les había dejado una propina para el diverti­mento, sino precisamente la administración de sus bienes.

La parábola es un toque de atención sobre los talentos que cada uno hemos reci­bido. Y en nuestra vida, al igual que en la parábola, esos dones son la misma herencia de Dios, son sobre todo la Persona y la Palabra de su Hijo que Él nos ha querido entre­gar como el gran talento, el gran regalo a la humanidad. Dios nos ha dado toda su vida que éramos capaces de acoger.

Habitamos un mundo bastante infeliz, a pesar de las muchas cosas bellas que hay en la tierra y en los hombres. Y sin embargo fuimos creados para la dicha inmensa, para ese banquete del Señor del que habla la parábola. Hemos de hacer nuestro el proyecto de Dios y “negociar” con los talentos recibidos: la vida, la inteligencia, el afecto..., las personas que nos han sido dadas, para generar los frutos esperados por Dios y por nuestro corazón: la paz, la justicia, el perdón, la miseri­cordia, la bondad, la comprensión, la creatividad, el amor. Hay otros que, con los mis­mos talentos recibidos de Dios, se empeñan en generar frutos de muerte, malaven­turanza y fatalismo.

La aventura de la felicidad a la que Dios nos llama, necesita de trabajadores que pongan en juego, con fidelidad e inteligencia, los dones y talentos, las aptitudes y herramientas que han recibido. Somos hijos de Dios y trabajamos en esta gran empresa familiar en la que Él ha querido hacernos partícipes: el Reino, con el que no se persigue otra ganancia que la felicidad, la dicha bienaventurada, la gloria a Dios y la paz a los hombres.

Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo








Leer más...

viernes, 4 de noviembre de 2011

Comentarios al evangelio del 6 de noviembre de 2011

SABER VIGILAR PARA QUE EL AMOR NO SE DUERMA (Mt 25,1-13)

Estamos ya terminando el año litúrgico, y entra en estos últimos domingos una temática que representa un quicio especialmente importante y determinante de la espiritualidad cristiana: la vigilancia espiritual. Vamos a escuchar en esta primera entrega una célebre e ingeniosa parábola de Jesús: las vírgenes necias y las vírgenes prudentes. Son jóvenes doncellas, en una escenificación plástica de la doble actitud que podemos adoptar las personas ante el paso del Señor: la vigilancia diligente o la despreocupación indolente.

Quizás alguno podría decir que las prudentes podían haber compartido su aceite con las necias, en vez de mandarlas a comprarlo, cuando a aquellas horas era evidente que no encontrarían ninguna tienda abierta. Pero el objetivo de la parábola no es un discurso –justo y lícito– sobre el compartir fraterno, sino sobre la vigilancia ante la imprevisible llegada del novio o esposo. Por eso, la parábola, más bien da un apunte clarísimo sobre la responsabilidad personal ante esta llegada. No es que bendiga y propicie un extraño egoísmo espiritual, como si las prudentes dijesen a las necias: "es vuestro problema..., buscaos la vida" –actitud imperdonable desde una óptica cristiana–, sino que insiste y recalca el ejemplo puesto por Jesús, por el que se viene a decir que en la vida hay cosas que son completamente personales e intransferibles.

Por esta razón, la vigilancia espiritual se aviene tan mal con la inercia, con el ir tirando, con la superficialidad y la frivolidad, con el vivir de las rentas. La vida cristiana debe estrenarse de continuo, porque no es otra cosa sino un encuentro con Alguien vivo, con Alguien que está viniendo continuamente, ya que sus bodas con la Iglesia y con la humanidad son un eterno presente. Dios no nos ha dado hora para que podamos vivir a nuestro aire –el cual no suele coincidir con el viento del Espíritu–, hasta que se acerque la hora prefijada, antes de la cual nos ponemos en forma, nos maquillamos de mejunje cristiano y... ¡al banquete de las bodas de Dios!

Por el contrario, Jesús con esta parábola no quiere apariencias artificiales sino coherencias verdaderas y sentidas. No hay que vivir en cristiano sólo cuando nos ven, o cuando podemos salir en la foto, o cuando se acercan determinados momentos de la vida o de la muerte en los que "toca" sacar el traje creyente. La hora de Dios no es ésta o aquélla, sino que su hora es siempre. Hace falta tener el óleo suficiente para que cuando continuamente llegue Él, continuamente podamos reconocerle, sabiendo además que la luz con la que vemos a Dios también ilumina los senderos de los hombres hermanos y nos permite ver sus vidas y sus rostros. No es una vigilancia nerviosa o interesada calculadamente, sino la vigilancia de quien quiere que el amor no se duerma para poder reconocer el Amor de Dios siempre presente.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

Leer más...

jueves, 27 de octubre de 2011

Comentario al Evangelio del 30 de Octubre de 2011

La hipocresía piadosa (Mt 23,1-12)

Tiene una dureza el evangelio de este domingo que lo hace bronco, pero que hay que entender en su debido contexto. El delito que Jesús delata y condena drásticamente con tintes inusuales en Él, no es otro que la hipocresía de los grupos más relevantes de Israel (saduceos y fariseos), es decir, el haberse apropiado de una tradición religiosa que en absoluto vivían, aunque eran terribles en exigir su cumplimiento formal.

Porque, faltando la razón y el sentido de cuanto se hace, y sobre todo faltando ese gran Tú –con mayúsculas– por quien uno vive y se desvive, es fácil reducir la religión a una especie de "código de circulación" pietista y moralista, pero no algo apasionante que da vida, que pone gusto por las cosas y las gentes. Una religiosidad así es realmente agobiante, triste, que asfixia la esperanza y amordaza la libertad.

Cuando Jesús veía en qué se había convertido, o mejor, en qué se había pervertido la enseñanza de la ley de Moisés y los profetas, aquella liberación de todas las esclavitudes desde una relación con Dios llena de comunión, de ternura y misericordia, se comprende que la emprendiera así con quienes habían gestado los cambios y los recambios tan torpemente.

Era la hipocresía de saber muchas cosas de Dios... pero no saber ya a lo que sabe Dios; era la hipocresía de ser experto en un Dios por el que no late diariamente el corazón de sus presuntos seguidores; era la hipocresía de hacer proclamas sobre Dios, que por no estar respaldadas por gestos de amor y de justicia, no generan esperanza en los que más desesperanzados están; era la hipocresía de amenazar y acorralar a los demás con la Verdad de Dios como excusa, estando ellos instalados en el paripé de los honores y las reverencias, en el escaparate de los banquetes y en la mentira cotidiana.

Esta hipocresía señalada por Jesús, esta acusación suya, colmará el vaso de los fariseos y le pondrá en las puertas de su pasión y su muerte. Era, sin duda alguna, un ataque demasiado evidente y demasiado público como para que el maestro Jesús siguiera paseando su Palabra y su Persona... sin más. Había que quitarlo de en medio cuanto antes. Poco a poco se había ganado a pulso esta "peligrosidad" propia de alguien que quiere vivir de verdad y en la Verdad, en medio de un ambiente que estaba dominado por otra gente, más proclive a la apariencia y a la galería.

No obstante, también para nosotros cristianos, hay una fortísima llamada a examinarnos sobre nuestra vivencia de fe en el Señor y sobre nuestra convivencia de caridad con los hermanos hombres. Ya que el término "fariseo" ha pasado a ser un adjetivo maldito del que no estamos exentos, los cristianos. Pues sería tremendo que el Señor tuviera que decir incluso de nosotros aquel reproche de "haced y cumplid lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen" (Mt 23, 3). ¿O acaso no somos precisamente nosotros, los cristianos, –tantas veces– también sospechosos de desmentir con la vida esa verdad que nuestros labios cantan y nuestros rezos imploran?

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

Leer más...

viernes, 21 de octubre de 2011

Comentario al evangelio del 23 de octubre de 2011

La forma del Amor (Mt 22,34-40)

¡Cuánto daño ha hecho contar a Dios sin amor, y cuánto también pretender un amor sin Dios! Es una especie de rivalidad absurda que no se dio en Dios, pero que sí se ha dado en no pocos humanos. Andaban los fariseos maquinando en sus cábalas qué hacer con Jesús, dada la perplejidad en las que El les solía dejar. En la escena que este domingo escucharemos, hay como una especie de examen que le hacen al Señor. La principal polémica que existía entre los fariseos y Jesús sobre esta visión tan distinta de lo que era y significaba la Ley de Moisés, consistía en que Jesús aunque no confundía nunca el amor a Dios y el amor al prójimo, sin embargo no los podía ni los quería separar jamás. El Maestro hablaba de una fusión sin confusión en el amor debido al Creador y a la criatura.

Por eso introduce en este diálogo una valoración novedosa y tremendamente plástica que ayuda a realizar esta unión sin confusión: "El le dijo: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Este es el mandamiento principal y primero. El segundo es semejante a él: amarás a tu prójimo como a ti mismo. Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas" (Mt 22,37-40). Esa totalidad del amor de mi persona, ese todo del que soy capaz (de corazón, de alma y de ser) que se abre y se ofrece hacia el cielo del Padre Dios, como hacia la tierra de los hermanos hombres.

Este es el misterio del amor cristiano, que tiene forma de cruz (en dirección hacia el cielo y en dirección hacia la tierra), como en una cruz se nos mostró el todo más del corazón, del alma y del ser cuando Jesús amó hasta el extremo a su Padre Dios con todas las consecuencias, llegando hasta el final abandonándose en sus manos, al tiempo que también amó hasta el extremo a sus hermanos hombres con todas las consecuencias, llegando hasta el perdón extremado porque no sabían... lo que hacíamos

La fe cristiana nos vuelve a Dios sin revolvernos contra los hombres, nos hace darnos totalmente al Señor sin que el "precio" tenga que ser dejar de darnos a los demás. Si en alguna vez de la historia cristiana reciente o remota se han vivido ambos amores de un modo torpemente excluyente, hay que reconocer sin recelos puritanos pero sin aspavientos morbosos, que se hizo mal en separar y enfrentar lo que Jesús había unido y armonizado, tanto con su palabra como con su vida. No perdamos más tiempo en defendernos o en atacarnos en este punto, y pongámonos ya mismo a amar con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con todo nuestro ser... a ese Dios que quiere también esconderse en el hombre, y a ese hombre que es imagen de Dios.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Obispo de Oviedo
Leer más...

jueves, 13 de octubre de 2011

Comentario al evangelio del 16 de octubre de 2011

Moneda de cambio (Mt 22,15-21)


Ha pasado a nuestro refranero y constituye una máxima de sabiduría humana. Aquella pregunta con la que quisieron acorralar a Jesús era realmente ingeniosa, llena de un doble filo, pero no de menor calidad fue la respuesta, con un talento que dejó a sus demandantes boquiabiertos. Las cuerdas contra las que quieren empujar a Jesús serán las que en definitiva le llevarán a la muerte, humanamente hablando. Los fariseos le acusarán de blasfemo ante el Pueblo escogido ("razón" religiosa) y de insurrecto o revolucionario ante el emperador romano y su representante en Jerusalén ("razón" política). El lazo que tienden a Jesús no es más que una primera entrega muy habilidosa de esa voluntad de los fariseos de colocar a Jesús en una batalla que Él nunca tuvo ni en la que jamás estuvo: Dios y el César. Así de envenenado era el transfondo de esa pregunta tan aparentemente inocente e inicua.

El Señor no va a desprestigiar ni a ensalzar al gobierno político de turno, que en aquel caso detentaba Roma y su César. La intención de Jesús y su pretensión salvífica no consistía ni en derrocar al César ni tampoco en perpetuarlo. Jesús se movía en otro plano y eran otros sus planes: los del Padre, su Reino de Dios. Por esto Él no dejará de proclamar su misión, el por qué ha venido a nuestra historia.

De esta manera no caería en la tentación espiritualista ni en la politiquera. Con la historia en la mano, no es indiferente uno que otro César, porque no todos han favorecido igualmente el debido respeto a Dios y el debido respeto al hombre. El verdadero gobernante no es el que se compromete con el hombre pero haciéndolo contra Dios, ni tampoco el religioso que se presenta como aliado de Dios, pero marginando a los hombres.

El discurso cristiano sobre el "César" y Dios es una "moneda de cambio", en la que sin identificar al "César" y todo lo que significa de gestión política, económica, cultural, social, etc., con el plan de Dios, puedan caminar lo más próximo posible. El cristiano de hoy, sin nostalgias medievales, aspira a crear esa ciudad sobre el monte de la que habla la Escritura, esa civilización del amor de la que han hablado Pablo VI y Juan Pablo II y Benedicto XVI. Sin dualismos y maniqueísmos torpes y fáciles, ojalá que cada generación cristiana hagamos una ciudad propia de nuestro tiempo, pero en la que Dios tenga sitio y el hombre dignidad, ya que donde no cabe Dios malamente le va bien al hombre, y donde no cabe el hombre es que han expulsado a Dios.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

Leer más...

viernes, 29 de julio de 2011

Comentarios al Evangelio del 31 de julio de 2011

Dadles vosotros de comer


El episodio de la multiplicación de los panes prolonga de otra manera el anuncio del Reino de Dios que en las últimas semanas Jesús nos ha explicado por medio de las parábolas. Y es que la predicación no se realiza sólo con palabras, sino también con acciones y signos que encarnan aquellas, y que también hablan de manera elocuente de que el Reino de Dios se ha hecho ya presente.

La presencia del Reino de Dios no excluye las asechanzas del mal (recordemos la parábola del trigo y la cizaña), incluso sus victorias parciales. El arranque del evangelio de hoy se refiere a ello: Jesús se enteró de la muerte de Juan el Bautista y decidió apartarse. No se trata de una huida, sino de un retiro. De hecho, la muerte de un ser cercano pide retiro y soledad. Y Juan no era para Jesús un cualquiera: unidos en el ministerio profético, Juan le abrió el camino, incluso es posible que Jesús hubiera pertenecido a los círculos del Bautista. La muerte de Juan no podía serle indiferente a Jesús, que veía en aquella muerte una profecía de la suya propia. El lugar tranquilo al que se retira Jesús es el desierto (un despoblado). El desierto, lugar de peligros y tentaciones, es también ocasión para experimentar a Dios sin interferencias.

Sin embargo, “la gente” busca a Jesús y él, que buscaba soledad y tranquilidad, no los rehúye, al contrario, los mira y siente compasión, va al encuentro y los cura. Jesús, como vemos, habla y actúa. Es la Palabra encarnada y, por eso mismo, no se limita a predicar, sino que traduce sus palabras en gestos y acciones que confirman la verdad de su predicación. Son acciones cuyo significado aquella gente entendía, pues veía en ellos el cumplimiento de antiguas promesas, que hablaban de curación: “Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades” (Is 53, 5); pero también de abundancia de alimento: “Oíd, sedientos todos, acudid por agua, también los que no tenéis dinero: venid, comprad trigo, comed sin pagar vino y leche de balde… Escuchadme atentos, y comeréis bien, saborearéis platos sustanciosos”. Y, a través de esos signos, entendían que se cumplía la promesa de una nueva y definitiva alianza, el advenimiento del Reino de Dios.

En estas acciones se descubre la actitud de un Jesús que no evita los problemas más concretos y perentorios de los que acuden a él. Jesús no predica y después despacha a la gente; no les dice, “yo ya os he alimentado espiritualmente, os he ilustrado en la cuestión religiosa; ahora, el pan material y ese tipo de problemas resolvedlos vosotros mismos, a mí no me incumben”. A Jesús le interesa el hombre entero, cuerpo y alma, y es por el hombre entero con sus problemas más concretos por el que siente compasión y trata de encontrar un remedio. Y lo hace, y esto es muy importante, implicando a sus discípulos. Igual que no dice que estos problemas no le incumben, tampoco dice que esos problemas, como el hambre de la multitud, que superan las normales fuerzas humanas, son sólo cosa suya, ya que sólo él tiene el poder de realizar milagros. Los milagros de Jesús no son cosa de magia. Por eso, ante estas necesidades más inmediatas y materiales, Jesús se dirige a sus discípulos y les lanza un desafío: “no los despachéis, dadles vosotros de comer”. Pero, ¿cómo? Se trata de una multitud y nuestras fuerzas y medios son demasiado escasos. Los discípulos han querido que la gente se buscara la vida por su cuenta, pero Jesús los llama a implicarse en un problema que supera sus posibilidades.

Realmente, ante los enormes problemas del mundo en el que vivimos, nosotros, discípulos de Jesús, podemos tener la tentación de pensar que, puesto que nuestras posibilidades son tan limitadas, nos basta con ocuparnos de la parte religiosa, de la oración y el testimonio, mientras que de lo demás es preciso que se ocupen otros, sean los propios interesados, sean los poderes del Estado. Pero, ante esos mismos problemas, Jesús sigue diciéndonos, hoy como ayer, “no, dadles vosotros de comer”. ¿Cómo?, nos preguntamos de nuevo. Jesús, nuestro Maestro, no nos pide imposibles, sino que nos enseña hoy que para poder repartir primero hay que compartir: traerle y darle eso poco que tenemos, que es lo único que nos pide, y ponerlo a su disposición, él tiene la capacidad de multiplicarlo. Por eso Jesús no se limita a hacer un milagro “mágico”, sólo suyo, que no implica a sus discípulos, sino que los llama y hace el milagro de implicarlos, de hacerlos participar en la compasión que siente hacia las gentes, de despertar en ellos la generosidad de entregarle lo poco que tenían (cinco panes y dos peces para los doce, que les garantizaba a ellos solos y a duras penas su propio sustento) para que Jesús se lo diera a los hambrientos. Cuando le damos a Jesús lo poco que tenemos, ese poco se convierte en mucho, hasta el punto de llegar para todos.

El milagro que Jesús ha realizado es el milagro de la fraternidad, que incluye la voluntad de responder a las necesidades concretas de nuestros hermanos. Y es este milagro que nos une a Jesús, haciéndonos compartir sus propios sentimientos (cf. Flp 2, 5) y nos abre a las necesidades de los hermanos, convirtiéndonos en colaboradores de Cristo en el ministerio de la compasión, lo que establece un vínculo que, como dice Pablo, nadie puede romper: unidos al amor de Cristo de esta manera, como miembros activos de su fraternidad, nada puede separarnos de él. Porque en esta fraternidad las tribulaciones, sufrimientos y necesidades se convierten en ocasiones para experimentar ese mismo amor de Cristo, que nos ve, se compadece, nos cura y nos da de comer, y nos llama a ver, compadecer, curar, compartir y dar de comer.

Entendemos que el pan multiplicado por Jesús en este milagro de la compasión, el compartir y la fraternidad sacia no sólo el hambre del cuerpo. El milagro no es sólo una multiplicación material, sino que establece nuevas relaciones con Dios y entre los hombres. Dios muestra aquí su rostro compasivo en la humanidad de Cristo que llega a la multitud por mano de sus discípulos. Este pan es también el pan de la Eucaristía, como lo muestran los gestos y acciones de Jesús al repartirlo: “alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos”.

Vivimos en un mundo con muchas, demasiadas tribulaciones: se sigue matando a los profetas, como Juan el Bautista, y multitudes de nuestro mundo siguen padeciendo enfermedades y hambre, siguen buscando a quién los cure y sacie. Son muchos los males que amenazan con separarnos del amor de Dios, de la fe en un Dios bueno y providente. Pero nosotros, discípulos de Jesús, sabemos que, en realidad, nada puede separarnos de su amor, y que esa seguridad nos fortalece para mirar a este mundo nuestro con los ojos de Cristo, sentir con él compasión y escuchar hoy, una vez más, su bondadoso mandato, “dadles vosotros de comer”.

José María Vegas, cmf
Leer más...

viernes, 22 de julio de 2011

Comentarios al Evangelio del 24 de julio de 2011

De precios y de ofertas: el Reino (Mt 13,44-52)

En un mundo de competitividad como el nuestro, puede resultar extraño ver a Dios que salta al mercado de las ofertas y pone precio. El Evangelio de hoy culmina esa catequesis sobre el Reino de Dios que Jesús ha ido explicando estos domingos. Las dos primeras imágenes que aparecen muestran el valor de ese Reino: vale la pena venderlo todo para hacerse con un don tan preciado. Tan importante, tan absoluto es ese Reino que es más que todo lo que una persona pueda poseer. Jesús no estaba ante aquella gente, ante sus discípulos, tratando de "venderles" su novedad haciéndoles consideraciones pertinentes sobre la excelencia de su "mercado", o indicándoles cuáles eran sus ventajas respecto a otros mercaderes. Más bien, el Señor se presenta con lo más y lo mejor, con lo que no tiene competencia ni rival. ¿De qué se trataba, pues? ¿Cuál era la oferta de Jesús?

Se trataba de eso que de múltiples formas no ha hecho otra cosa que ofrecer, y explicar, e inaugurar: el Reino de Dios, el proyecto de su Padre, el plan de Dios sobre cada hombre y sobre toda la humanidad. Para esto vino Él: para decir a sus hermanos los hombres cuál era y cómo se andaba el camino de la felicidad bienaventurada. Porque en el empeño de ser felices, cuando los hombres han aspirado a ello al margen de Dios o incluso contra Él y a su despecho, el resultado es esa macabra retahíla de desmanes con los que los humanos han llenado demasiadas páginas de su historia: violencias, mentiras, injusticias, traiciones, muertes.

El Reino es algo que tiene que ver con las exigencias de nuestro corazón, con las aspiraciones más nobles y los deseos más hondos del corazón humano. No obstante, y a pesar de la inmensa oferta de Dios, Él nos deja libres para que optemos. Es una vieja tentación la de ser independientes y autónomos respecto de Dios. Pero tras tanto esfuerzo, tanto pago, tanta cosa... no logramos alcanzar la dicha.

El Evangelio de este domingo nos ofrece una meditación sobre nuestro dispendio vital: en qué gastamos nuestro caudal de posibilidades, en dónde apostamos nuestro deseo de felicidad. Dios sale a nuestro paso y nos dice que Él tiene un plan, su Reino, por el que vale la pena arriesgarlo todo. Cuando alguna vez se ha entendido esto, cuando alguna vez se ha intentado, se comprende que Dios no juega con nosotros, que no se aprovecha de nuestra condición, sino que al venderlo todo para adquirir su tesoro escondido o su perla preciosa, es decir, al dejar padre, madre, hijos, tierras... por su Reino, Él nos ha dado cien veces más padres, madres, hijos, tierras... y después la vida eterna. "¿Entendéis bien todo esto? Ellos contestaron: sí" (Mt 13,52). ¿Qué podemos responder cada uno de nosotros?

El Señor os bendiga y os guarde.


+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Leer más...

viernes, 15 de julio de 2011

Comentario del evangelio del 17 de julio de 2011

Cuando conviven juntos el bien y el mal (Mt 13,24-43)

Seguimos de ambiente campestre y agrícola en la temática del Evangelio. Y se nos quiere ayudar a comprender desde las tres parábolas sobre el Reino, lo que podría-mos denominar una "biografía religiosa" de cada hombre y cada pueblo.

La primera de ellas nos pone ante una realidad demasiado cotidiana que es fácilmente reconocible si nos observamos a nosotros mismos y a nuestro derredor. Junto a las semillas de gracia, de bondad y amor, de justicia y paz, de libertad y verdad... hay otras semillas extrañas e incluso opuestas: violencia, egoísmo, frivolidad, maldad, injusticia, mentira y esclavitud...

Podemos caer en la tentación de los criados de la parábola: arrancar las semillas de la malaventuranza infeliz del enemigo Satán, para que sólo crezcan las de la bienaventuranza dichosa del amigo Dios. No siempre es fácil hacer una intervención tan drástica. En estos casos, que son los más frecuentes, el consejo del amo de la viña está lleno de inteligencia y sabiduría: al evitar un mal (la cizaña), no podemos correr el riesgo evidente de ocasionar un mal mayor (quedarnos sin nada de trigo).

¡Qué difícil coexistencia la del trigo y la cizaña, la de la gracia y el pecado! Porque Dios trabaja incansablemente por nuestra felicidad, pero no es el único "obrero" en nuestro campo. Su Reino es de paz, de justicia, de amor, de misericordia y de perdón, de fe y esperanza, de fidelidad y comunión..., que se ha plantado en un campo (nuestra vida y la del mundo) en el que hay otro que también planta y acrecienta su semilla: la guerra, la injusticia, el desamor, la dureza y el rencor, el descreimiento y la desesperan-za, la infidelidad y la división.

Los cristianos estamos en medio de un mundo en el que por doquier hay un enemigo que no ceja de sembrar su semilla aniquiladora de lo que Dios ha querido plantar. Por amor al trigo hay que saber convivir vigilantes con la cizaña: sin escandalizarse pero sin bajar la guardia, sin maldecir pero sin creer que todo da lo mismo. La confusión es uno de los males más frecuentes porque no permite advertir el error. La sana tolerancia no es sinónimo de indiferencia o ingenuidad, como si diera igual la luz y la tiniebla, la gracia y el pecado, el trigo y la cizaña. Saber distinguir unos y otros, conocer los riesgos que se corren y no claudicar en lo que Dios ha sembrado en nosotros y entre nosotros. Contamos con la ayuda de Dios y de su Espíritu que sostiene nuestra debilidad, y con la de la comunidad eclesial que nos acoge, discierne, educa y acompaña.

El Señor os bendiga y os guarde.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

Leer más...

viernes, 8 de julio de 2011

Comentario del evangelio del 10 de julio de 2011

La semilla de Dios en mi libertad (Mt 13,1-23)

Este domingo se nos habla de semillas, de lluvia que las riegan, de libertad que permite que sencillamente sean. Acaso para nuestra cultura tecnificada y asfáltica, puede que nos venga raro o lejano el discurso, pero vale la pena asomarse a él humildemente, como quien puede quiere aprender algo que nos corresponde de veras. Cuando el hombre se abre al don de Dios manifestado en su Palabra, ceden las esclavitudes y saltan nuestras cadenas, y empezamos a ser en verdad hijos de Dios como nos dice la segunda lectura (Rom 8,18-23). No siempre la libertad del hombre está abierta al don de Dios, por eso existe un gemido, una tristeza, una frustración que nos vela la gloria para la cual hemos sido hechos.

La Gracia de Dios es como la lluvia, nos dibuja bellamente Isaías en la primera lectura, pero si nuestros cauces de absorción están embotados, cerrados a cal y canto, Él respetará delicadamente nuestra cerrazón y ni siquiera nos humedecerá el más grande de los torrentes, por más que Dios quiera empaparnos. Este es el plan de Dios, su proyecto y su deseo. Pero Él no lo impone, sino que lo propone, dejando la última palabra a nuestra libertad. Tremendo misterio y responsabilidad.

Así se entiende esta parábola que Jesús mismo explica a sus discípulos. La semilla es la misma, pero los terrenos de acogida no. Y aquí está la cuestión, como plásticamente va desgranando la parábola: no entender la Palabra de Dios porque no nos ha calado (la semilla que cae en el camino); no cuidar eso que se ha entendido ya pero que no nos ha llegado hasta el fondo de nuestro corazón (la que cae en terreno pedregoso); pretender escuchar al mismo tiempo a Dios y a otros que contra Él hablan, yéndonos al final tras los seductores de turno haciendo así estéril lo que el Señor sembró en nosotros (lo sembrado entre zarzas).

Pero también existe el terreno humilde, que acoge con sencillez, aunque sea lento e incluso torpe en asimilar. Importa menos la celeridad y la cantidad del fruto (unos da ciento, otros sesenta, otros treinta por uno), lo único importante es haber acogido esa semilla de su Palabra y que nos fecundice. ¿No quiere Dios sembrarse en nosotros para en nosotros fructificar otra vez el don de la paz y de la gracia, el de la luz y la misericordia, el del perdón y la alegría... todos esos frutos que nuestro amado mundo no consigue fabricarse y que sin embargo necesita más que nunca? ¡Qué hermosa es la vida de tanta gente sencilla que sin troníos ni alharacas se han dejado fecundar por Dios, por su lluvia y su semilla! El pueblo nuevo de Dios es un pueblo que huele a tierra mojada de la que nacerá en libertad ese mundo según el corazón de Dios. Basta no cerrarse. Basta creerlo, acogerlo y compartirlo. Ojalá tengamos oídos para oír, corazón para acoger y manos para compartir la semilla de cuanto Él hace y dice en nuestra pequeñez.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

Leer más...

viernes, 1 de julio de 2011

Comentario al Evangelio del 3 de julio de 2011

Cuando Dios nos desveló su secreto [Mt 11,25-30]

No fue reservado, no nos engañó con largas interminables para ocultarnos la entraña de su corazón. Llegó un momento en el que Dios en su Hijo quiso decírnoslo todo. Puesto a desvelarse este Dios, puesto a revelarse, lo hizo de una manera insospe-chada. ¿Cuáles eran las claves en las que Dios se contaba y se cantaba?: "te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendi-dos y las has revelado a la gente sencilla”. Dios ha desvelado su secreto, pero los sabios sabihondos y los hinchados entendidos..., ni saben ni en¬tienden. Sólo todos los pocos sencillos que en el mundo han sido, sólo a ellos les ha querido revelar Dios sus aden-tros, porque "así le ha parecido mejor".

Podríamos pensar que este Dios, tenía también su manía persecutoria, o al me-nos su personal selección del personal, y que por lo tanto la emprendió con los sapien-tes, los potentes y los tenientes para favorecer a los que no lo eran. Pero la verdadera cues¬tión es preguntarse quién ha abandonado a quién, quién selecciona a quién. Porque sólo van a Jesús, y sólo en Él encuentran solaz y descanso, quienes realmente se hallan de tantos modos machacados: "venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré... y encontraréis vuestro descanso", y éstos, no suelen coinci¬dir con aque-llos a los que el Padre "esconde" su secreto.

Sólo los sencillos en su corazón y en su vida, podían enten¬der las palabras de Jesús. Porque sólo ellos se sabían desbordados por tanto cansancio y tanto agobio. Sin sentir vergüenza de su limitación, sin tener que maquillarla y disfrazarla: eran pobres, sin po¬der, sin saber, sin tener. Los que sabían y podían y tenían, ellos se pagaban a sí mis¬mos... aunque sus monedas fueran siempre desesperadamente insuficientes, pero de¬bían seguir aparentando que no ocurría nada, que no existían agobios ni cansancios, y por lo tanto que no padecían ninguna indigencia que les forzase a escuchar a alguien que les invitaba a ir a él para en él encontrar la paz y recuperar la esperanza.

Nosotros, dos mil años después, somos herederos y continuadores del secreto de Dios, ese que quita cansancios, seca lágrimas, desliga agobios, rompe cadenas, abre esperanzas, y todo lo llena de un buen olor de Buena Nueva. Estos son sus gestos y su lenguaje. Quiera el Señor que los sencillos de hoy, los pobres de nuestra tierra, puedan tener acceso al corazón de Dios manso y humilde, espejado y regalado en el corazón de los cristianos, para que como Jesús y con Jesús, también ellos den gracias al Padre.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

Leer más...