
Por este motivo, cuando las comunidades cristianas llevaban varias décadas celebrando la Eucaristía, Juan, el joven apóstol, no quiso recoger en su Evangelio las conocidas palabras de su institución, sino algo que nunca debemos olvidar: su sentido. Presenta entonces el lavatorio de los pies como el icono más acabado de la oblatividad ministerial. En efecto, el servicio a los hermanos ocupando el último lugar (Mc 10, 42-45) es, a partir de la Eucaristía, memorial y comunión. Un memorial: «Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros» (Jn 13, 15); y expresión de nuestra comunión con Cristo: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo» (Jn 13, 8). De esta forma la caridad prolonga en la historia la constante actitud de servicio del Verbo de Dios encarnado.