
LUIS ÁNGEL MURGA GUTIÉRREZ, Diácono de la Diócesis de Santander
Soy Luis Ángel Murga Gutiérrez, diácono permanente de la Diócesis de Santander desde el 12 de octubre de 2009. Estoy casado y soy padre de tres hijos. En la actualidad presto mis servicios como diácono en dos unidades pastorales de pueblos cercanos a Reinosa, mi ciudad natal y donde tengo mi ocupación laboral.
Hace ya unos días, me pidieron que escribiera acerca de mi diaconado permanente, pero tenía un evento tan importante que no he tenido mucho tiempo: nuestro hijo mayor, luis ángel, se ordenaba diácono temporal, pues si Dios quiere será ordenado sacerdote el año que viene. Lo hago ahora, que ya ha sido ordenado. Fue el Día de San José, el Día del Padre, y ¡qué mejor regalo para un padre que su propio hijo siga sus propios pasos en lo que respecta a la fe! Fue una celebración muy emotiva para mí y para nuestra familia, el poder ponerle a mi hijo los ornamentos propios del diácono (estola cruzada y dalmática) y el abrazo de diácono a diácono. Eso es algo inenarrable. Así que ahora que estoy más tranquilo, aunque sigue la emoción de ese Día del Padre y ese gran regalo, voy a centrarme en lo que supone para mí ser diácono permanente.
Se trata de un gran regalo de Dios, es –como su nombre indica– un servicio a la Iglesia, es poder atender una serie de pueblos que no tienen presencia sacerdotal. El poder servir a la Iglesia, ante tantas necesidades que hay, es para mí un gran honor, pues como he dicho al principio estoy en dos unidades pastorales que abarcan unos cuantos pueblos cerca de Reinosa y que, con la escasez de sacerdotes que hay, no tendrían nada más que una celebración al mes algunos; otros, todavía menos. Pero ya no es tanto la celebración como el poder atender y llevar la comunión a los enfermos, que los jóvenes puedan tener una catequesis para que se puedan confi rmar, poder hacer una visita a las personas mayores que están solas en esos pueblos… Esas son las principales tareas que yo puedo realizar durante los fi nes de semana, pues diariamente me debo a mi puesto de trabajo, el que sustenta mi familia. En definitiva, es una ayuda al sacerdote para poder atender al mayor número de fieles.
También animo dos grupos de Lectura Creyente, donde trabajamos el conocimiento de la Palabra de Dios. Soy catequista de un grupo de jóvenes que se preparan para la confi rmación. Además, tengo celebraciones de la Palabra todos los domingos y algún sábado, y si coincide algún bautizo, alguna boda y algún entierro, pues son las labores que puede ejercer un diácono.
Me siento contento con este servicio, porque, aunque ya llevo bastantes años haciendo la celebración de la Palabra, en algunos de los pueblos, el estar ordenado diácono me habilita para esas otras tareas que antes no podía realizar, con lo cual el sacerdote está algo más liberado y se pueden atender más poblaciones.
Aunque suponga un gran esfuerzo, pues hay compaginar trabajo, familia y servir a la Iglesia, y el tiempo libre es escaso. Hay veces que acabas agotado, pero te queda buen sabor de boca cuando, después de visitar a alguna persona de algún pueblo, ves que la has hecho feliz, que necesitaba que la escuches, que la acompañes, que pueda comulgar, que pueda oír la Palabra de Dios… Todo eso me ayuda a realizarme como cristiano, como fiel seguidor de Jesucristo, que entregó su vida por el bien de todos, así que yo intento entregar mi tiempo libre.
En muchas de estas tareas, también cuento con mi mujer, que me acompaña en muchísimas ocasiones; y así, gracias a ella, podemos abarcar algún compromiso con las familias, atender a las que vienen a pedir el bautismo o el matrimonio, darlas algunas catequesis o incluso acompañarlas posteriormente.
Como se ve, esta es la tarea de un diácono permanente, llena de servicios, pero todo sea por el amor a Cristo y a su Iglesia.
VIDA NUEVA 2749_pliego DIACONOS PERMANENTES