Nacido en Nísibe, entonces bajo dominio romano, a primeros del Siglo IV; muerto en Junio de 373. El nombre de su padre se desconoce, pero era un pagano, sacerdote de la diosa Abnil o Abizal. Su madre era originaria de Amid. Efrén fue instruido en los misterios cristianos por Santiago, el famoso obispo de Nísibe, y se bautizó a la edad de dieciocho (o veintiocho) años. Desde entonces se hizo más íntimo del santo obispo, que se valió de los servicios de Efrén para renovar la vida moral de los ciudadanos de Nísibe, especialmente durante los asedios de 338, 346, y 350. Uno de sus biógrafos cuenta que en cierta ocasión maldijo desde las murallas de la ciudad a los ejércitos persas, tras lo cual una nube de moscas y mosquitos cayó sobre el ejército de Sapor II y le obligó a retirarse. La aventurera campaña de Juliano el Apóstata, que durante un tiempo amenazó Persia, terminó, como es bien sabido, en desastre, y su sucesor, Joviano, se pudo dar por satisfecho con salvar de la aniquilación algunos restos del gran ejército que su predecesor había conducido a través del Éufrates. Para lograr incluso tanto el emperador tuvo que firmar un tratado desventajoso, por cuyos términos Roma perdió las provincias orientales conquistadas a fines del Siglo III; entre las ciudades devueltas a Persia estaba Nísibe (363). Para escapar a la cruel persecución que se desencadenó entonces en Persia, la mayor parte de la población cristiana abandonó Nísibe en masa. Efrén se fue con su gente, y se estableció primero en Beit-Garbaya, luego en Amid, finalmente en Edesa, la capital de Osroene, donde pasó los restantes diez años de su vida como un eremita notable por su severo ascetismo. Sin embargo se tomó interés en todos los asuntos que se relacionaban estrechamente con la población de Edesa. Varios autores antiguos dicen que era diácono; como tal podía haber sido autorizado para predicar en público. En esta época había unas diez sectas heréticas activas en Edesa; Efrén se enfrentó vigorosamente con todas ellas, notablemente con los discípulos del ilustre filósofo Bardesanes. A este periodo corresponde casi toda su obra literaria; aparte de algunos poemas escritos en Nísibe, el resto de sus escritos--sermones, himnos, tratados exegéticos – datan de su estancia en Edesa. No es improbable que fuera uno de los principales fundadores de la teológica “Escuela de los persas”, llamada así porque sus primeros estudiantes y sus maestros originarios eran cristianos persas refugiados de 363. A su muerte San Efrén fue llevado sin pompa al cementerio “de los extranjeros”. Los monjes armenios del monasterio de San Sergio de Edesa pretenden poseer su cuerpo. Los hechos antedichos representan todo lo que es históricamente seguro referente a la carrera de Efrén (ver BOUVY, “Les sources historiques de la vie de S. Ephrem”, en “Revue Augustinienne”, 1903, 155-61). Todos los detalles añadidos más tarde por biógrafos sirios son en el mejor caso de valor dudoso. A esta clase pertenecen no sólo los rasgos legendarios y ocasionalmente pueriles tan caros a los autores orientales, sino también otros aparentemente fiables, vg., un supuesto viaje a Egipto con una estancia de ocho años, durante los cuales se dice que confutó públicamente a ciertos portavoces de los herejes arrianos. Las relaciones de San Efrén y San Basilio se narran por autores muy fiables, vg., San Gregorio de Nisa (¿el Pseudo?) y Sozomeno, según el cual el ermitaño de Edesa, atraído por la gran reputación de San Basilio, resolvió visitarlo en Cesarea. Fue cálidamente recibido y fue ordenado diácono por san Basilio; cuatro años después rehusó tanto el sacerdocio como el episcopado que San Basilio le ofrecía mediante delegados enviados con ese propósito a Edesa. Aunque Efrén parece haber sido bastante ignorante del griego, este encuentro con San Basilio no es improbable; algunos buenos críticos, sin embargo, tienen la evidencia por insuficiente, y por tanto la rechazan, o al menos niegan su adhesión. La vida de San Efrén, por tanto, ofrece no pocos problemas oscuros; sólo un esbozo general de su carrera nos es conocido. Es seguro, sin embargo, que mientras vivió fue muy influyente entre los cristianos sirios de Edesa, y que su memoria fue reverenciada por todos, ortodoxos, monofisitas y nestorianos. Le llaman el “sol de los sirios”, la “columna de la Iglesia”, el “arpa del Espíritu Santo”. Aún más extraordinario es el homenaje que le rinden los griegos que raramente mencionan autores sirios. Entre las obras de San Gregorio de Nisa (P.G., XLVI, 819) hay un sermón (aunque no reconocido por algunos) que es un auténtico panegírico de San Efrén. Veinte años después de la muerte de este último San Jerónimo le menciona como sigue en su catálogo de ilustres cristianos: “Efrén, diácono de la iglesia de Edesa, escribió muchas obras [opuscula] en siríaco, y se hizo tan famoso que sus escritos se leen públicamente en algunas iglesias después de las Sagradas Escrituras. He leído en griego un volumen de la suya sobre el Espíritu Santo; aunque era sólo una traducción, reconocí en ella el genio sublime del hombre” (De viris illustr., c. Cxv). Teodoreto de Ciro también alabó su genio poético y conocimiento teológico (Hist. Eccl., IV, xxvi). Sozomeno pretende que Efrén escribió 3.000.000 de versos, y da los nombres de algunos de sus discípulos, algunos de los cuales siguieron siendo ortodoxos, mientras que otros cayeron en la herejía (Hist. Eccl., III, xvi). De las Iglesias Siria y Bizantina la fama de Efrén se extendió entre todos los cristianos. El Martirologio Romano le menciona el 1 de Febrero. En sus menologios y synaxaria los griegos y los rusos, jacobitas, caldeos, coptos, y armenios honran al santo diácono de Edesa.
OBRAS DE SAN EFRÉN
Las obras de este santo son tan numerosas e importantes que es imposible tratarlas aquí en detalle. Baste considerar brevemente:
(1) el texto y las versiones principales y ediciones de sus escritos;
Las obras de este santo son tan numerosas e importantes que es imposible tratarlas aquí en detalle. Baste considerar brevemente:
(1) el texto y las versiones principales y ediciones de sus escritos;
(1) Textos y versiones principales y ediciones.
El original siríaco de los escritos de Efrén se conserva en muchos manuscritos, uno de los cuales data del Siglo V. A través de muchas transcripciones, sin embargo, sus escritos, particularmente los utilizados en diversas liturgias, han sufrido no pocas interpolaciones. Además, muchas de sus obras exegéticas han perecido, o al menos no han sido encontradas aún en las bibliotecas de Oriente. Numerosas versiones, sin embargo, nos consuelan de la pérdida de los originales. Aún vivía, o al menos no hacía mucho que había muerto, cuando se comenzó la traducción de sus escritos al griego. Autores armenios parecen haber emprendido la traducción de sus comentarios bíblicos. Los mechitaristas han editado en parte esos comentarios y tienen por muy antiguas las versiones armenias (Siglo V). Los monofisitas, es bien sabido, solían traducir o adaptar muchas obras siríacas desde fecha temprana. Los escritos de Efrén fueron traducidos al árabe y al etíope (traducciones hasta ahora no editadas). En la época medieval, algunas de sus obras menores se tradujeron del griego al eslavo y al latín. De estas versiones se hicieron finalmente adaptaciones francesas, alemanas, italianas e inglesas de los escritos ascéticos de San Efrén. La primera edición impresa (en latín) se basó en una traducción del griego hecha por Ambrogio Traversari (San Ambrosio de la Camáldula), y publicada por la imprenta de Bartolomé Guldenbeek de Sultz, en 1475. Una edición mucho mejor se realizó por Gerhard Vossius (1589-1619), el ilustrado preboste de Tongres., a petición de Gregorio XIII. En 1709 Edward Thwaites editó, a partir de los manuscritos de la Biblioteca Bodleiana, el texto griego, hasta entonces conocido sólo fragmentariamente. El original siríaco era desconocido en Europa hasta el fructífero viaje a Oriente (1706-07) de los maronitas Gabriel Eva, Elías y especialmente José Simeón Assemani (1716-17), que tuvo como resultado el descubrimiento de una preciosa colección de manuscritos en el monasterio de Nuestra Señora de Nitria (Egipto). Estos manuscritos ingresaron en seguida en la Biblioteca Vaticana. En la primera mitad del Siglo XIX el Museo Británico se enriqueció notablemente por descubrimientos igual de afortunados de Lord Prudhol (1828), Curzon (1832) y Tattam (1839, 1843). Todas las ediciones recientes de los originales siríacos de los escritos de Efrén se basan en estos manuscritos. En la Bibliotheque Nationale (París) y en la Bodleiana (Oxford) hay algunos fragmentos siríacos de menor importancia. José Simeón Assemani se apresuró a hacer la mejor edición de sus manuscritos recientemente encontrados y propuso enseguida a Clemente XII una edición completa de los escritos de Efrén en las versiones original siríaca y griega, con una nueva versión latina de todo el material. Él tomó por su propia cuenta la edición del texto griego. El texto siríaco se confió al jesuita Pedro Mobarak (Benedictus), un nativo maronita. Tras la muerte de Mobarak, sus trabajos se continuaron por Esteban Evodio Assemani. Finalmente esta monumental edición de las obras de Efrén apareció en Roma (1732-46) en seis volúmenes in folio. Se completó con los trabajos de Overbeck (Oxford, 1865) y Bickell (Carmina Nisibena, 1866), mientras que otros sabios editaron fragmentos recientemente encontrados (Zingerle, P. Martín, Rubens Duval). Una edición espléndida (Malinas, 1882-1902) de los himnos y sermones de San Efrén se debe al difunto Monseñor T. J. Lamy. Sin embargo, una edición completa de la vasta obra del gran doctor siríaco aún no se ha llevado a cabo.
El original siríaco de los escritos de Efrén se conserva en muchos manuscritos, uno de los cuales data del Siglo V. A través de muchas transcripciones, sin embargo, sus escritos, particularmente los utilizados en diversas liturgias, han sufrido no pocas interpolaciones. Además, muchas de sus obras exegéticas han perecido, o al menos no han sido encontradas aún en las bibliotecas de Oriente. Numerosas versiones, sin embargo, nos consuelan de la pérdida de los originales. Aún vivía, o al menos no hacía mucho que había muerto, cuando se comenzó la traducción de sus escritos al griego. Autores armenios parecen haber emprendido la traducción de sus comentarios bíblicos. Los mechitaristas han editado en parte esos comentarios y tienen por muy antiguas las versiones armenias (Siglo V). Los monofisitas, es bien sabido, solían traducir o adaptar muchas obras siríacas desde fecha temprana. Los escritos de Efrén fueron traducidos al árabe y al etíope (traducciones hasta ahora no editadas). En la época medieval, algunas de sus obras menores se tradujeron del griego al eslavo y al latín. De estas versiones se hicieron finalmente adaptaciones francesas, alemanas, italianas e inglesas de los escritos ascéticos de San Efrén. La primera edición impresa (en latín) se basó en una traducción del griego hecha por Ambrogio Traversari (San Ambrosio de la Camáldula), y publicada por la imprenta de Bartolomé Guldenbeek de Sultz, en 1475. Una edición mucho mejor se realizó por Gerhard Vossius (1589-1619), el ilustrado preboste de Tongres., a petición de Gregorio XIII. En 1709 Edward Thwaites editó, a partir de los manuscritos de la Biblioteca Bodleiana, el texto griego, hasta entonces conocido sólo fragmentariamente. El original siríaco era desconocido en Europa hasta el fructífero viaje a Oriente (1706-07) de los maronitas Gabriel Eva, Elías y especialmente José Simeón Assemani (1716-17), que tuvo como resultado el descubrimiento de una preciosa colección de manuscritos en el monasterio de Nuestra Señora de Nitria (Egipto). Estos manuscritos ingresaron en seguida en la Biblioteca Vaticana. En la primera mitad del Siglo XIX el Museo Británico se enriqueció notablemente por descubrimientos igual de afortunados de Lord Prudhol (1828), Curzon (1832) y Tattam (1839, 1843). Todas las ediciones recientes de los originales siríacos de los escritos de Efrén se basan en estos manuscritos. En la Bibliotheque Nationale (París) y en la Bodleiana (Oxford) hay algunos fragmentos siríacos de menor importancia. José Simeón Assemani se apresuró a hacer la mejor edición de sus manuscritos recientemente encontrados y propuso enseguida a Clemente XII una edición completa de los escritos de Efrén en las versiones original siríaca y griega, con una nueva versión latina de todo el material. Él tomó por su propia cuenta la edición del texto griego. El texto siríaco se confió al jesuita Pedro Mobarak (Benedictus), un nativo maronita. Tras la muerte de Mobarak, sus trabajos se continuaron por Esteban Evodio Assemani. Finalmente esta monumental edición de las obras de Efrén apareció en Roma (1732-46) en seis volúmenes in folio. Se completó con los trabajos de Overbeck (Oxford, 1865) y Bickell (Carmina Nisibena, 1866), mientras que otros sabios editaron fragmentos recientemente encontrados (Zingerle, P. Martín, Rubens Duval). Una edición espléndida (Malinas, 1882-1902) de los himnos y sermones de San Efrén se debe al difunto Monseñor T. J. Lamy. Sin embargo, una edición completa de la vasta obra del gran doctor siríaco aún no se ha llevado a cabo.
(2) Escritos exegéticos
Efrén escribió comentarios sobre todas las Escrituras, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, pero mucha de su obra se ha perdido. Se conserva en siríaco su comentario sobre el Génesis y sobre una amplia parte del Éxodo; para los demás libros del Antiguo Testamento tenemos un resumen siríaco, transmitido en una cadena del Siglo IX por el monje siríaco Severo (851-61). Los comentarios sobre Ruth, Esdras, Nehemías, Esther, los Salmos, los Proverbios, el Cantar de los Cantares y el Eclesiástico se han perdido. De sus comentarios sobre el Nuevo Testamento sólo ha sobrevivido una versión armenia. El canon de las Escrituras de Efrén se parece muy estrechamente al nuestro. Parece dudoso que aceptara los escritos deuterocanónicos, al menos no nos ha llegado ningún comentario suyo de estos libros. Por otra parte aceptó como canónica la apócrifa Tercera Epístola a los Corintios, y escribió un comentario sobre ella. El texto de las Escrituras utilizado es la siríaca Peshitto, que difiere ligeramente, sin embargo, del texto impreso de esa antiquísima versión. El Nuevo Testamento lo conoció, como todos los sirios, tanto los orientales como los occidentales, antes de la época de Rábulas, en el armonizado “Diatessaron” de Taciano; es también este texto el que sirve de base a su comentario. Su texto de los “Hechos de los Apóstoles” parece haber sido uno estrechamente relacionado con el llamado “occidental” (J. R. Harris, “Fragmentos de comentarios de Efrén el Sirio sobre el Diatessaron”, Londres, 1905; J. H. Hill, “Una disertación sobre el Comentario al Evangelio de San Efrén el Sirio”, Edimburgo 1896; F. C. Burkitt, “Citas de San Efrén del Evangelio, corregidas y ordenadas”, en “Textos y Estudios”, Cambridge, 1901, VII, 2). La exégesis de Efrén es la general de los autores siríacos, helenizados o no, y se relaciona estrechamente con la de Afrates, siendo, como este último, bastante respetuosa con las tradiciones judías y a menudo basada en ellas. Como exegeta, Efrén es sobrio, muestra preferencia por el sentido literal, es discreto en su utilización de la alegoría; en una palabra, se inclina fuertemente a la Escuela de Antioquia, y nos recuerda en particular a Teodoreto. No admite en las Escrituras sino algunos pasajes mesiánicos en sentido literal, muchos más, sin embargo, proféticos en sentido tipológico, que aquí han de distinguirse cuidadosamente del sentido alegórico. No es improbable que muchos de sus comentarios fueran escritos para la escuela cristiana persa (Schola Persarum) en Nísibe; como se ha visto más arriba, fue uno de sus fundadores, también uno de sus más distinguidos maestros.
Efrén escribió comentarios sobre todas las Escrituras, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, pero mucha de su obra se ha perdido. Se conserva en siríaco su comentario sobre el Génesis y sobre una amplia parte del Éxodo; para los demás libros del Antiguo Testamento tenemos un resumen siríaco, transmitido en una cadena del Siglo IX por el monje siríaco Severo (851-61). Los comentarios sobre Ruth, Esdras, Nehemías, Esther, los Salmos, los Proverbios, el Cantar de los Cantares y el Eclesiástico se han perdido. De sus comentarios sobre el Nuevo Testamento sólo ha sobrevivido una versión armenia. El canon de las Escrituras de Efrén se parece muy estrechamente al nuestro. Parece dudoso que aceptara los escritos deuterocanónicos, al menos no nos ha llegado ningún comentario suyo de estos libros. Por otra parte aceptó como canónica la apócrifa Tercera Epístola a los Corintios, y escribió un comentario sobre ella. El texto de las Escrituras utilizado es la siríaca Peshitto, que difiere ligeramente, sin embargo, del texto impreso de esa antiquísima versión. El Nuevo Testamento lo conoció, como todos los sirios, tanto los orientales como los occidentales, antes de la época de Rábulas, en el armonizado “Diatessaron” de Taciano; es también este texto el que sirve de base a su comentario. Su texto de los “Hechos de los Apóstoles” parece haber sido uno estrechamente relacionado con el llamado “occidental” (J. R. Harris, “Fragmentos de comentarios de Efrén el Sirio sobre el Diatessaron”, Londres, 1905; J. H. Hill, “Una disertación sobre el Comentario al Evangelio de San Efrén el Sirio”, Edimburgo 1896; F. C. Burkitt, “Citas de San Efrén del Evangelio, corregidas y ordenadas”, en “Textos y Estudios”, Cambridge, 1901, VII, 2). La exégesis de Efrén es la general de los autores siríacos, helenizados o no, y se relaciona estrechamente con la de Afrates, siendo, como este último, bastante respetuosa con las tradiciones judías y a menudo basada en ellas. Como exegeta, Efrén es sobrio, muestra preferencia por el sentido literal, es discreto en su utilización de la alegoría; en una palabra, se inclina fuertemente a la Escuela de Antioquia, y nos recuerda en particular a Teodoreto. No admite en las Escrituras sino algunos pasajes mesiánicos en sentido literal, muchos más, sin embargo, proféticos en sentido tipológico, que aquí han de distinguirse cuidadosamente del sentido alegórico. No es improbable que muchos de sus comentarios fueran escritos para la escuela cristiana persa (Schola Persarum) en Nísibe; como se ha visto más arriba, fue uno de sus fundadores, también uno de sus más distinguidos maestros.
(3) Escritos Poéticos
La mayor parte de los sermones y exhortaciones de Efrén están en verso, aunque se han conservado algunos sermones en prosa. Si dejamos aparte sus escritos exegéticos, el resto de sus obras puede dividirse en homilías e himnos. Las homilías (en siríaco, memrê, esto es, discursos) se escriben en versos heptasílabos, a menudo divididos en dos partes de tres y cuatro sílabas respectivamente. Celebra en ellos la fiesta de Nuestro Señor y de los santos; a veces expone una narración de las Escrituras o toca un tema espiritual o edificante. En Oriente las lecturas de los servicios eclesiásticos (ver OFICIO DIVINO; BREVIARIO) se tomaban a menudo de las homilías de Efrén. Los himnos (en siríaco, madrashê, esto es, instrucciones) ofrecen una mayor variedad tanto de estilo como de ritmo. Se escribieron para el servicio de coro de las monjas, y estaban destinados a ser cantados por ellas; de ahí su división en estrofas, repitiéndose los últimos versos de cada estrofa en una especie de estribillo. Este estribillo se indica al comienzo de cada himno, a la manera de una antífona; hay también una indicación de la clave musical en la que debe cantarse el himno. Puede servir de ilustración el que sigue. Está tomado de un himno de la Epifanía (ed. Lamy, I, p.4).
La mayor parte de los sermones y exhortaciones de Efrén están en verso, aunque se han conservado algunos sermones en prosa. Si dejamos aparte sus escritos exegéticos, el resto de sus obras puede dividirse en homilías e himnos. Las homilías (en siríaco, memrê, esto es, discursos) se escriben en versos heptasílabos, a menudo divididos en dos partes de tres y cuatro sílabas respectivamente. Celebra en ellos la fiesta de Nuestro Señor y de los santos; a veces expone una narración de las Escrituras o toca un tema espiritual o edificante. En Oriente las lecturas de los servicios eclesiásticos (ver OFICIO DIVINO; BREVIARIO) se tomaban a menudo de las homilías de Efrén. Los himnos (en siríaco, madrashê, esto es, instrucciones) ofrecen una mayor variedad tanto de estilo como de ritmo. Se escribieron para el servicio de coro de las monjas, y estaban destinados a ser cantados por ellas; de ahí su división en estrofas, repitiéndose los últimos versos de cada estrofa en una especie de estribillo. Este estribillo se indica al comienzo de cada himno, a la manera de una antífona; hay también una indicación de la clave musical en la que debe cantarse el himno. Puede servir de ilustración el que sigue. Está tomado de un himno de la Epifanía (ed. Lamy, I, p.4).
Tonada: Contempla el mes.Estribillo: Gloria a Ti de tu grey en el día de tu manifestación.Estrofa: Ha renovado los cielos, porque los necios habían adorado las estrellas Ha renovado la tierra que había perdido su vigor por Adán Una nueva creación se hizo por su saliva Y el que es Todopoderoso hizo puros los cuerpos y las mentesEstribillo: Gloria a Ti, etc.
Mons. Lamy, el ilustrado editor de los himnos señaló setenta y cinco ritmos y tonadas diferentes. Algunos himnos son acrósticos, esto es, a veces cada estrofa comienza con una letra del alfabeto, como es el caso de algunas piezas métricas (hebreas) en la Biblia, o también las primeras letras de un cierto número de versos o de estrofas forman una palabra dada. Efrén firmó varios de sus himnos en esta última forma. En la poesía siríaca San Efrén es un pionero de genio, el maestro a menudo imitado pero nunca igualado. No es, sin embargo, el inventor de la poesía siríaca; este honor parece debido al mencionado hereje Bardesanes de Edesa. El propio Efrén nos cuenta que en las cercanías de Nísibe y Edesa los poemas de este gnóstico y de su hijo Harmonio contribuyeron eficazmente al éxito de sus falsas enseñanzas. De hecho, si Efrén entró en el mismo campo, fue con la esperanza de derrotar la herejía con sus propias armas perfeccionadas por él mismo. El lector occidental de los himnos de Efrén se inclina a asombrarse del entusiasmo de sus admiradores en la antigua Iglesia Siríaca. Su “lirismo” no es en absoluto lo que nosotros entendemos por ese término. Su poesía nos parece prolija, pesada, incolora, falta de tono personal, y en general desprovista de encanto. Para ser justos, sin embargo, debe recordarse que sus poemas se conocen por la mayoría de los lectores sólo en versiones, de las que, naturalmente, ha desaparecido el ritmo original – precisamente el encanto y la característica más destacada de esta poesía. Estos himnos, además, no se escribieron para la lectura privada, sino que se concibieron para ser cantados por coros alternos. Sólo tenemos que comparar los salmos latinos como se cantan en el coro de un monasterio benedictino con la lectura privada de ellos por el sacerdote en la recitación de su Breviario. Ni debemos olvidar que el gusto literario es el mismo en todas partes y en todas las épocas. Estamos influidos por el pensamiento griego más profundamente de lo que somos conscientes o nos gusta admitir: En literatura admiramos más las cualidades de lucidez, sobriedad, y variedad de acción. Los orientales, por su parte, nunca se cansan de la interminable repetición del mismo pensamiento en forma ligeramente alterada; se deleitan en detalles verbales hermosos, en el juego múltiple de ritmo y acento, rima y asonancia, y acróstico. A este respecto apenas es necesario recordar al lector las bien conocidas peculiaridades de la poesía árabe.
Como se ha afirmado más arriba no hay una edición completa de las obras de San Efrén; ni hay ninguna vida satisfactoria del gran doctor. Se ha hecho mención de la edición de Assemani de sus obras: Opera omnia quae extant graece syriace latine in sex tomos distributa (Roma, 1732-46). Se considera imperfecta desde el punto de vista textual, mientras que la traducción latina es más bien una paráfrasis.