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viernes, 23 de diciembre de 2011

Carta de Navidad

Cuando la Navidad no es un cuento

Queridos hermanos y amigos: paz y bien.

Es tal vez difícil imaginarse la escena, de tantas veces como nos la hemos imaginado. Juegan en contra los mil versos y poemas que nos lo han contado con lo mejor de las palabras de los hombres. Igual sucede con el talento de los pintores, los escultores que han puesto sus pinceles y gubias a correr para decirnos con formas y colores algo inaudito, insólito, desapercibido. ¿Y los músicos? También ellos lo han contado con sus notas, haciendo melodía la historia más bella jamás contada y sucedida.

Anónima donde las haya fue aquella escena: una joven mujer en trance de dar a luz a su pequeño, ante la intemperie de no encontrar lugar para semejante instante. Siendo como era casi niña, primeriza mamá, con el peso de todas las incertidumbres, confiada en la palabra que el mensajero de Dios le había dado, apoyada en la fidelidad discreta de aquel carpintero bueno y justo que la acompañaba, José que tanto y tan puramente la quería. La joven nazaretana Miriam, encontró en una especie de establo el lugar para que naciera el Mesías, Rey de todos los reyes.

Todo esto sucedió entonces, lejos de cualquier glamour pinturero, al margen de los mentideros y de las vanidades, de los que calculaban sus vergüenzas para tener a raya la infinita paciencia de Dios. Nada parecía estar pasando, y sin embargo un antes y un después para siempre aconteció.

Arriba en las majadas, el campo de los pastores no tenía mayor cosa extraordinaria aquella noche. Entre zurrones y sin turrones, también a ellos, los primeros de todos, se les dio la noticia con un “hoy” que resonará para siempre en la historia de los hombres: os ha nacido un Salvador. ¿Un Salvador? ¿Y de qué o en qué estamos nosotros perdidos para que vengan a salvarnos? La vida tosca y sin apenas horizonte de aquellos pastores, al margen de tantas cosas, carentes de tanto cuanto su ignorancia les hurtaba y escondía, de pronto se iluminó.

La luz era distinta, tanto que ni siquiera la sabrían contar, ni dibujar, ni darle forma o componer para ella una música especial. Pero era luz. No sabían cómo, pero aquellas vidas quedaron iluminadas y encendidas con una claridad y una lumbre tan poderosas como tiernas y sin mentiras. ¿Era posible que una escena así pudiera hacer tanto? ¡Pero si era tan sólo un bebé recién nacido, y su madre que no sabía bien como cogerle en brazos, o cómo cambiar su llanto en sonrisa! Y aquel José que parecía el padre sin serlo, estaba lleno de asombro como si de un pasmo se tratase.

Una escena así de inocente, así de incatalogable, traía toda la buena noticia que el mundo esperaba. No fue un sabihondo sabelotodo quien allí impartía doctrina, sino un infante que no sabía hablar todavía. No fue un técnico comercial el que traía estrategias a buen precio para arreglar el mundo en un plis-plas, sino ese niño al que alguien deberá enseñar a andar. No era una fuerza multinacional la que allí se contenía entre pajas de establo y pañales mojados, sino un bebé que traía paradójica y discretamente la salvación a hurtadillas.

Así de cotidiana fue esa escena, así de inesperado el modo con el que Dios quiso enviarnos al Salvador de nuestras vidas. Siglos después aquella escena tiene otros escenarios, pero Dios se hace nuevamente encontradizo en el hoy de nuestros días. También nosotros andamos en las mil derivas, sin lograr dar a luz un mundo en donde la paz y la justicia se besen como dice el profeta Isaías, en donde la gloria de Dios no se perciba como rival de nuestra dicha, en donde los hombres se sepan verdaderamente hermanos bajo la mirada del Padre de todos, a pesar de nuestras fugas pródigas o nuestras permanencias resentidas.

La Navidad vuelve a ponernos delante una escena distinta, que no siempre coincide tampoco hoy con lo que nuestros más nobles escritores, músicos y artistas han expresado en sus muchos talentos. Y es preciso dejarse sorprender como entonces aquellos pastores, porque el Señor Jesús no cesa de venir, santa María no deja de arrullarnos y el bueno de san José sigue velando por nuestros sueños cada vez que algo o alguien los quiere convertir en pesadillas.

Navidad es el abrazo misterioso y misericordioso de Dios que viene a nuestra vida, como hace dos mil años, como cuando vuelva al fin de los tiempos, como en cada fecha y circunstancia se hace presente para salvarnos.

Que tengáis una feliz Navidad cristiana. Recibid mi afecto y mi bendición.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo