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jueves, 15 de diciembre de 2011

Comentarios al evangelio del 18 de diciembre de 2011

El lienzo de María: su sí a Dios (Lc 1,26-38)

Estamos en el último domingo del Adviento. Es una última cita en donde se redondea el carrusel por donde la liturgia nos ha permitido contemplar dentro de este tiempo de preparación a la Navidad cristiana los distintos personajes que protagonizaron remota y próximamente aquel evento de salvación con la llegada del Mesías. Efectivamente la liturgia nos ha ido presentando diferentes evangelios que nos han permitido seguir los hitos de tres grandes testigos de la espera del Señor: Isaías, Juan el Bautista y María. Es el mensaje de la Virgen lo que en este último domingo se nos ofrece, y vale la pena que nos detengamos en el conocido relato de un encuentro.

Si pudiésemos comprender la escena dentro de un cuadro, hay dos trazos en el lienzo de la Anunciación que nos pueden ayudar también a nosotros a comprender la obra de arte de nuestra propia vida cuando dejamos que la pinte y la inmortalice el talento de Dios.

En primer lugar, se le dice a María: no temas. Tengo la impresión que hay muchos creyentes que tienen un secreto miedo a Dios, como si lo que Él nos fuese indicando fuera algo inevitable pero indeseado. No temer a Dios, porque cuanto de tantos modos Él nos propone es a nuestro favor, para nuestro bien, lo más correspondiente con nuestro corazón.

Luego se le dice a la Virgen: mira a tu prima Isabel. El ángel no está proponiendo a María una definición o un teorema, sino una historia reconocible. Reconocer que la fidelidad de Dios se hace historia y se hace también geografía, en las personas y en los lugares en donde se nos ha narrado el amor de Dios. Deberíamos descubrir en nuestra vida a dónde mirar, a quiénes mirar, para que nuestros ojos no queden cegados por el sin sentido mezquino que nos imponen todos los excesos con que a veces nos hacemos daño. Mirar a Isabel significó en María, y significa en nosotros, descubrir que el Señor nos consuela y nos estimula haciéndonos ver de un modo plástico y realista, que cuanto nos propone no es una quimera irreal sino una historia verificable en personas significativas que el mismo Señor nos pone al lado como una dulce compañía en la aventura de vivir y de creer.

Esa historia tiene su punto culminante en el envío de Jesús, el Hijo de Dios, nacido de mujer en la plenitud del tiempo. Pero ese punto es posible por el sí de una joven que se fió de Dios y creyó hasta el fondo que todo eso que es imposible para los humanos, no lo es para Dios. María dijo sí, y en ese sí Dios escribió el suyo eterno. El Señor nos conceda entrar en esos dos "síes": el de Dios y el de María, porque ahí está llamado a entrar también el nuestro como parte de esa misma conversación.

+ Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo