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viernes, 10 de febrero de 2012

Samaritanos de los enfermos. Manos Unidas 2012

Queridos hermanos y amigos: paz y bien.

Son muchas las páginas del Evangelio en las que aparece Jesús curando a los enfermos. Los había de todo tipo de dolencias. Pertenecían a toda clase social y cultural. Unos eran afines a la fe de Israel, otros serían tibios, o ajenos, o descreídos. Pero todos los que acudían a Él, o quienes eran llevados ante Él, reconocían que podían recibir de algún modo la curación: o bien porque se erradicaba la enfermedad que portaban, o bien porque se les condecía otro modo de vivirla y afrontarla.

Como cada año, también este tenemos delante la jornada de Manos Unidas, cuyo lema para 2012 es precisamente “La salud, derecho de todos. Actúa”. En tantos sentidos, Jesús actuó. Y no sólo nos dejó su precioso ejemplo, sino también nos dejó en herencia su divina solidaridad: “venid a Mí, benditos de mi Padre… porque estuve enfermo y vinisteis a visitarme” (Mt 25).

¿Quién nos “debe” la salud para que nosotros podamos esgrimir un derecho? ¿Dónde está la ventanilla en la que presentar nuestra solicitud o nuestro pliego demandante? Todos tenemos la experiencia de cómo la enfermedad cuando llega no pregunta por nuestra nómina salarial, por nuestro currículum académico, por nuestra afiliación política o nuestra posición religiosa y creyente. Hemos visto enfermar a todos, sea cual sea su edad y su derrotero particular. Y la enfermedad no es la resulta de un fracaso, de un traspié, con el que no se sabe quién nos penaliza. Efectivamente, la salud no es el premio de nuestro buen hacer, ni la falta de ella es el resultado de nuestras maldades.

Más que un derecho, que inútilmente podríamos reivindicar, es un deseo justo, una imprescindible aspiración: querer vivir, querer estar bien, querer gozar de la vida con aquellos que amamos. Y esto mismo es lo que igualmente deseamos a todas nuestras personas queridas. Es más que un derecho, es una inmensa, infinita exigencia que no nos dispensa nuestro corazón.

No obstante, el lema de Manos Unidas de este año tiene una parte que es legítimamente reivindicativa: cuando la enfermedad es consecuencia de la injusticia a la que tantos pobres se ven abocados. Porque también debemos decir que hay enfermedades que están domiciliadas en el barrio de la desigualdad, de la incultura, de la marginación, de la violencia, de la exclusión, tengan el rostro que tengan todas estas realidades tan presentes en nuestro mundo insolidario.

Esta benemérita organización católica de Manos Unidas denuncia “que el aumento de los casos de malaria, sida y tuberculosis en países en desarrollo se debe, no sólo a la crisis económica, sino a una crisis de valores que provoca la falta de solidaridad, condiciones de vida precarias, el colapso de los sistemas sanitarios, el deterioro medioambiental, el aumento de los refugiados por causa de los conflictos armados”. Y sin caer en la demagogia de la ideología de género, es cierto “que el número de mujeres infectadas por el Sida triplica al de los hombres, porque son más vulnerables y están más desprotegidas”. E igualmente se indica “que la enfermedad se ha convertido en un negocio multimillonario que provoca que la investigación esté centrada en las enfermedades de los países ricos”.

Ni Manos Unidas ni el resto de los cristianos pretendemos en esta lucha una estrategia de competitividad social o de oportunismo político, sino la pasión por testimoniar el amor de Dios que nos ha abrazado en nuestras heridas dejándose herir Él por nosotros hasta la muerte, abriéndonos la puerta de la vida con su resurrección. En nuestra cercanía al enfermo expresamos nuestro más noble gesto de compasión que nos lleva a rezar por él, a ofrecerle nuestra fraterna compañía, y a comprometernos con todas las fuerzas para que la enfermedad no sea la consecuencia de una injusticia o de una violencia, ni fruto de una desigualdad insolidaria, ni la ocasión para un enriquecimiento. Hemos de actuar, con la misma entraña que actuó Jesús. Este es nuestro secreto, nuestro motivo y nuestra razón. Somos samaritanos de los enfermos, por el amor a Jesucristo y a nuestros hermanos, como comenzaron a enseñarnos aquellas mujeres que dieron inicio a Manos Unidas hace más de 50 años, paliando el hambre de pan, de cultura y de Dios.

Recibid mi afecto y mi bendición.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo