
PRIORIDADES PARA LA COMUNIDAD DIACONAL
La Comunidad Diaconal de la diócesis de Sevilla nos reunimos en el Colegio San Antonio María Claret, el sábado, día 29 de enero de 2011, para compartir un encuentro de espiritualidad. Y como es habitual en estos tipos de encuentros, la llegada suele ser de forma escalonada. Según iban avanzando los minutos, en una mañana limpia y transparente, pero muy fría, los corazones de todos los que íban llegando comenzaban a rugir como los motores de fórmula 1. En dicho encuentro tuvimos la oportunidad de reflexionar, orar y comunicar nuestras inquietudes, en un clima de fraternidad.
Una vez acomodados todos los asistentes, con sus esposas, (también estuvo presente un bebé, de no más de un año, en un carro-capota bien protegido del frío exterior, nieto de un hermano diácono) el párroco del Claret, Don José Márquez, cuyo templo es un anexo al mastodóntico colegio, nos ofreció unas palabras de acogidas, poniendo el acento en la importancia de este encuentro diaconal, y de pasada nos transmitió cómo debemos vivir, transmitir e iluminar los diáconos a la comunidad que nos rodea, para mejorar las relaciones humanas y cristianas.
Posteriormente, creo que en un ambiente relajado, nuestro señor Arzobispo, don Juan José Asenjo Peregrina, que presidía aquel foro, junto con el delegado del clero, don Antonio Bueno Ávila y nuestro entrañable hermano en el diaconado Andrés Cebrino, inició con toda claridad y sencillez un tema importantísimo cuyo titulo de la exposición fue “Plan Pastoral, prioridades y acentos en el curso 2010-2011”. Dicha exposición constaba de cuatro prioridades básicas.
La primera de ellas tenía como título “La parroquia, casa de los jóvenes”, donde clarificaba que la meta de dicha prioridad es la potenciación de la pastoral juvenil en cada una de nuestras parroquias, coincidiendo con la Jornada Mundial de la Juventud.
La segunda prioridad, añadió el señor Arzobispo, será “La parroquia, ámbito privilegiado para la formación de adultos”, donde todo debemos ser conscientes de que hoy más que nunca necesitamos laicos bien formados, que puedan dar razón de su fe y de su esperanza.
A la anterior prioridad, don Juan José Asenjo añadió una tercera, la denominada “La parroquia, hogar de caridad fraternidad”, puntualizando de que el curso pastoral que ahora iniciamos va a seguir estando marcado, por desgracia, por la crisis económica. Por ello me detengo, añadió, con alguna extensión en este punto. Los cientos de familias que sufren estas consecuencias es una verdadera emergencia social, pues cada vez es más sombrío el futuro de los inmigrantes, de los jóvenes y de miles de matrimonios y familias.
Y a todas estas importantísimas, y de gran envergadura, prioridades, nuestro señor Arzobispo, sensible a todas ellas, añadió una cuarta, que la tituló “La parroquia, mesa en la que compartimos el pan de la Palabra y el pan de la Eucaristía”. Expuso que la vida de la Iglesia y de sus miembros va creciendo gracias al alimento que, como sarmientos, recibimos de la vid que es Cristo. Siguió diciendo nuestro Arzobispo, que el Papa nos pedía conocer, amar y contemplar el rostro eucarístico del Señor, impregnándonos de sus actitudes eucarísticas, del modo de ser de Cristo en la Eucaristía y que pasa de El a nosotros cuando celebramos y adoramos el misterio de nuestra fe.
Finalizo su magnífica y profunda exposición señalando que las cuatro prioridades deberán reclamar la atención de los sacerdotes y religiosos que trabajan en nuestra Archidiócesis y de los laicos, cualesquiera que sean los grupos o movimientos a los que pertenecen. Y las mencionada prioridades, observó, han de ser completadas con las correspondientes acciones por las Delegaciones diocesanas más concernidas.
Y todas las prioridades expuestas tan claramente, las puso bajo la protección maternal de la Santísima Virgen, tan querida y venerada en imnumerables santuarios y ermitas de toda la geografía diocesana, ponemos el curso pastoral que estamos iniciando.
Hubo diversas intervenciones, interesantes todas ellas, a las cuales el señor Arzobispo fue contestando y argumentando con la máxima claridad posible. Personalmente las palabras dichas por nuestro Pastor me llevó a una reflexión serena, como la marcada en el documento conciliar G.S. donde se nos dice que “es necesario conocer y comprender el mundo en que vivimos y sus esperanzas, sus aspiraciones, su modo de ser, frecuentemente dramático”. Ciertamente, a este planteamiento conciliar se unió virtualmente nuestro señor Arzobispo con su conferencia. Sigo pensando que los signos de los tiempos actuales no solo requieren testimonios personales sino también comunitarios. A nosotros los diáconos, como parte del pueblo de Dios, se nos exige un ejercicio de corresponsabilidad ante la sociedad actual.
Después de la conferencia, hubo unos minutos de descanso, que se aprovechó para formar esas tertulias extras en los pasillos de aquellos fríos corredores, minutos donde se aprovechó para compartír momentos gratos.
Después de la Eucaristía, formando una sola familia, y pidiendo la paz de Jesucristo para todos, nos dirigimos a un salón adyacente, espacioso y luminoso, donde saboreamos unos ágapes que con tanto cariño había preparado la comunidad parroquial.
En definitiva, fue un gratificante encuentro, que al final nos fuimos todos rebosantes de alegría, pero con “sed de más”, con penas de acabarse tan pronto. Y con ese buen sabor de boca, seguramente que la mayoría nos fuimos recordando que de nuestra Santa Madre Iglesia, por su misma naturaleza misionera, somos ministros y por tanto misionero de la Iglesia Universal. ¡Qué buen regalo de Dios¡…
Alberto Álvarez Pérez
Diácono de la diócesis de Sevilla (España)
Una vez acomodados todos los asistentes, con sus esposas, (también estuvo presente un bebé, de no más de un año, en un carro-capota bien protegido del frío exterior, nieto de un hermano diácono) el párroco del Claret, Don José Márquez, cuyo templo es un anexo al mastodóntico colegio, nos ofreció unas palabras de acogidas, poniendo el acento en la importancia de este encuentro diaconal, y de pasada nos transmitió cómo debemos vivir, transmitir e iluminar los diáconos a la comunidad que nos rodea, para mejorar las relaciones humanas y cristianas.
Posteriormente, creo que en un ambiente relajado, nuestro señor Arzobispo, don Juan José Asenjo Peregrina, que presidía aquel foro, junto con el delegado del clero, don Antonio Bueno Ávila y nuestro entrañable hermano en el diaconado Andrés Cebrino, inició con toda claridad y sencillez un tema importantísimo cuyo titulo de la exposición fue “Plan Pastoral, prioridades y acentos en el curso 2010-2011”. Dicha exposición constaba de cuatro prioridades básicas.
La primera de ellas tenía como título “La parroquia, casa de los jóvenes”, donde clarificaba que la meta de dicha prioridad es la potenciación de la pastoral juvenil en cada una de nuestras parroquias, coincidiendo con la Jornada Mundial de la Juventud.
La segunda prioridad, añadió el señor Arzobispo, será “La parroquia, ámbito privilegiado para la formación de adultos”, donde todo debemos ser conscientes de que hoy más que nunca necesitamos laicos bien formados, que puedan dar razón de su fe y de su esperanza.
A la anterior prioridad, don Juan José Asenjo añadió una tercera, la denominada “La parroquia, hogar de caridad fraternidad”, puntualizando de que el curso pastoral que ahora iniciamos va a seguir estando marcado, por desgracia, por la crisis económica. Por ello me detengo, añadió, con alguna extensión en este punto. Los cientos de familias que sufren estas consecuencias es una verdadera emergencia social, pues cada vez es más sombrío el futuro de los inmigrantes, de los jóvenes y de miles de matrimonios y familias.
Y a todas estas importantísimas, y de gran envergadura, prioridades, nuestro señor Arzobispo, sensible a todas ellas, añadió una cuarta, que la tituló “La parroquia, mesa en la que compartimos el pan de la Palabra y el pan de la Eucaristía”. Expuso que la vida de la Iglesia y de sus miembros va creciendo gracias al alimento que, como sarmientos, recibimos de la vid que es Cristo. Siguió diciendo nuestro Arzobispo, que el Papa nos pedía conocer, amar y contemplar el rostro eucarístico del Señor, impregnándonos de sus actitudes eucarísticas, del modo de ser de Cristo en la Eucaristía y que pasa de El a nosotros cuando celebramos y adoramos el misterio de nuestra fe.
Finalizo su magnífica y profunda exposición señalando que las cuatro prioridades deberán reclamar la atención de los sacerdotes y religiosos que trabajan en nuestra Archidiócesis y de los laicos, cualesquiera que sean los grupos o movimientos a los que pertenecen. Y las mencionada prioridades, observó, han de ser completadas con las correspondientes acciones por las Delegaciones diocesanas más concernidas.
Y todas las prioridades expuestas tan claramente, las puso bajo la protección maternal de la Santísima Virgen, tan querida y venerada en imnumerables santuarios y ermitas de toda la geografía diocesana, ponemos el curso pastoral que estamos iniciando.
Hubo diversas intervenciones, interesantes todas ellas, a las cuales el señor Arzobispo fue contestando y argumentando con la máxima claridad posible. Personalmente las palabras dichas por nuestro Pastor me llevó a una reflexión serena, como la marcada en el documento conciliar G.S. donde se nos dice que “es necesario conocer y comprender el mundo en que vivimos y sus esperanzas, sus aspiraciones, su modo de ser, frecuentemente dramático”. Ciertamente, a este planteamiento conciliar se unió virtualmente nuestro señor Arzobispo con su conferencia. Sigo pensando que los signos de los tiempos actuales no solo requieren testimonios personales sino también comunitarios. A nosotros los diáconos, como parte del pueblo de Dios, se nos exige un ejercicio de corresponsabilidad ante la sociedad actual.
Después de la conferencia, hubo unos minutos de descanso, que se aprovechó para formar esas tertulias extras en los pasillos de aquellos fríos corredores, minutos donde se aprovechó para compartír momentos gratos.
Después de la Eucaristía, formando una sola familia, y pidiendo la paz de Jesucristo para todos, nos dirigimos a un salón adyacente, espacioso y luminoso, donde saboreamos unos ágapes que con tanto cariño había preparado la comunidad parroquial.
En definitiva, fue un gratificante encuentro, que al final nos fuimos todos rebosantes de alegría, pero con “sed de más”, con penas de acabarse tan pronto. Y con ese buen sabor de boca, seguramente que la mayoría nos fuimos recordando que de nuestra Santa Madre Iglesia, por su misma naturaleza misionera, somos ministros y por tanto misionero de la Iglesia Universal. ¡Qué buen regalo de Dios¡…
Alberto Álvarez Pérez
Diácono de la diócesis de Sevilla (España)