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lunes, 6 de junio de 2011

PROPONER LAS VOCACIONES EN LA IGLESIA LOCAL



Queridos hermanos y hermanas:

El domingo IV de Pascua, conocido como Domingo del Buen Pastor, celebrábamos la XLVIII Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. El evangelio nos presentaba a Jesucristo como el heredero del amor paternal con que Dios mismo guiaba en el Antiguo Testamento al pueblo de su elección. Jesús, en efecto, es el Buen Pastor, que llama y reúne a sus ovejas, las conoce por su nombre, las cuida, guía y conduce a frescos pastizales; que busca a la oveja perdida y que en su inmolación pascual da la vida por sus ovejas. La alegoría del Buen Pastor encontró en las primeras comunidades cristianas una acogida entusiasta. Entró en la iconografía de las catacumbas y de las primeras basílicas bajo la figura del pastor que cuida con abnegación a su rebaño y lleva sobre sus hombros a la más débil de sus ovejas. Los Santos Padres acogieron también cálidamente esta imagen para presentar a Cristo como el guardián de la Iglesia, rabadán del rebaño y modelo de pastores.
En este contexto litúrgico se nos recordaba que en la tarea salvadora, que tiene como fuente el misterio pascual, el Señor necesita colaboradores para cumplir la misión recibida del Padre y que Él confió a sus Apóstoles. A través de humildes instrumentos humanos, el Señor ha de seguir predicando, enseñando, perdonando los pecados, acogiendo a todos, sanando y santificando. Son las distintas vocaciones que el Espíritu suscita en su Iglesia para seguir a Jesucristo, Buen Pastor, viviendo como Él en castidad, pobreza y obediencia, al servicio del Pueblo santo de Dios.
Aunque sea con retraso, debido a otras muchas celebraciones que han concurrido en estas semanas, no quiero dejar pasar la oportunidad de recordaros a todos que la pastoral de las vocaciones es un tema mayor en la vida de la Iglesia; que cada día hemos de dar gracias al Señor por la vida de tantos hombres y mujeres que en la Iglesia universal y en nuestra Archidiócesis, en el ministerio sacerdotal, en la oración y el silencio del claustro, en el servicio a los pobres y marginados, en el acompañamiento a los enfermos y ancianos, en la dedicación a la enseñanza y a la formación de los jóvenes, están gastando generosamente su vida al servicio de Dios y de sus hermanos. Hemos de dar gracias a Dios muy especialmente por el don que supone para la Iglesia la vida oculta y aparentemente inútil a los ojos del mundo, pero preciosa a los ojos de Dios, de nuestras hermanas contemplativas, que inmolan su vida por amor al Señor y para su gloria y que son un torrente de gracia para todos nosotros.
Es formidable la riqueza que para la comunidad eclesial constituye la vida consagrada en sus distintos carismas. Que cada día les acompañemos con nuestro afecto y nuestra oración para que sean siempre fieles y el Señor les conceda muchas y santas vocaciones que perpetúen la historia luminosa de sus institutos para gloria de Dios y bien de la Iglesia.
En el mensaje del Papa para la Jornada de este año, que tenía como título "Proponer las vocaciones en la Iglesia local", Benedicto XVI nos dice que es muy importante "que cada Iglesia local se haga cada vez más sensible y atenta a la pastoral vocacional, educando en los diversos niveles: familiar, parroquial y asociativo, principalmente a los muchachos, a las muchachas y a los jóvenes, como hizo Jesús con los discípulos". El Papa nos dice que la pastoral vocacional es compromiso ineludible de toda la comunidad diocesana. Os invito, pues, queridos fieles de la Archidiócesis, a implicaros en la pastoral de las vocaciones, que es tarea de toda la comunidad cristiana, de los sacerdotes, consagrados, catequistas, padres y madres de familia, educadores y profesores de Religión.
Dirijo ahora mi palabra a los niños, adolescentes y jóvenes de la Archidiócesis: Os necesita nuestra Iglesia diocesana, pero, sobre todo, os necesita el Señor. Sí, queridos chicos y chicas: Cristo os necesita para seguir cumpliendo en el mundo su misión salvadora, para anunciar su Palabra, santificar a los hombres a través de los sacramentos, perdonar los pecados, enseñar a los ignorantes, servir a los pobres, consolar a los tristes, acompañar a quienes se sienten solos y abandonados, curar sus heridas físicas y morales y mostrar al Señor a todos como único camino, verdad y vida del mundo. Cristo necesita hoy más que nunca jóvenes alegres, limpios, valientes y generosos dispuestos a entregar su vida al Señor al servicio del Evangelio y de sus hermanos.
Concluyo mi carta invitando a todos a rogar cada día "al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies". La oración es el alma de toda pastoral y muy singularmente de la pastoral de las vocaciones.
Para los jóvenes y para todos aquellos que leen semanalmente mi carta pastoral, mi saludo fraterno y mi bendición.


+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla