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miércoles, 18 de enero de 2012

Los hermanos unidos, una belleza creíble

Queridos hermanos y amigos: paz y bien. Nada más hermoso como la unidad verdadera, la comunión fraterna. Fue, de hecho, una de las oraciones del mismo Jesús durante aquella cena postrera de confidencias e intimidades con sus discípulos. Puesto a hacer síntesis de su mensaje, de todo cuanto dijo e hizo durante aquellos tres años inolvidables, no dejó de invocar la unidad de aquellos que llamaría amigos y hermanos. No fue una referencia abstracta, sino nada menos que una oración al Padre: “que todos sean uno, para que el mundo crea” (Jn 17).

Podríamos decir a la inversa, que cuando estamos divididos complicamos la adhesión a la fe de aquellos a los que anunciamos el Evangelio. De hecho, la división de los cristianos ha supuesto y sigue suponiendo una piedra de escándalo. Porque la revelación de Dios que nos ha hecho Jesucristo no es un camino privado y solitario, en el que fuera indiferente mi relación con el otro. No puedo amar a Dios, ignorando o destruyendo a los que Él ama como hijos y me da como hermanos.

El Papa Benedicto XVI lo dijo en la misa de clausura de la JMJ a los jóvenes de tantos países y culturas: “permitidme también que os recuerde que seguir a Jesús en la fe es caminar con Él en la comunión de la Iglesia. No se puede seguir a Jesús en solitario. Quien cede a la tentación de ir ‘por su cuenta’ o de vivir la fe según la mentalidad individualista, que predomina en la sociedad, corre el riesgo de no encontrar nunca a Jesucristo, o de acabar siguiendo una imagen falsa de Él… Os pido, queridos amigos, que améis a la Iglesia, que os ha engendrado en la fe, que os ha permitido conocer mejor a Cristo, que os ha hecho descubrir la belleza de su amor”.

La historia cristiana no siempre ha sido en este punto un motivo de encuentro, sino que también hemos cometidos errores y pecados contra la unidad pedida por Jesús en su oración al Padre. El Papa no ha tenido inconveniente en reconocer humildemente durante el encuentro de Asís en octubre pasado, en esa iglesita de la Porciúncula, verdadero corazón franciscano de la reconciliación y la paz: “quisiera decir como cristiano: sí, también en nombre de la fe cristiana se ha recurrido a la violencia en la historia. Lo reconocemos llenos de vergüenza. Pero es absolutamente claro que éste ha sido un uso abusivo de la fe cristiana, en claro contraste con su verdadera naturaleza. El Dios en que nosotros los cristianos creemos es el Creador y Padre de todos los hombres, por el cual todos son entre sí hermanos y hermanas y forman una única familia”.

Desde hace años, entre el 18 y el 25 de enero, tenemos el octavario de oración para la unidad de los cristianos. El lema de este año está tomado de un texto paulino: "Todos seremos transformados por la victoria de nuestro Señor Jesucristo" (cf. 1Co 15, 51-58). Cristo ha vencido todo aquello que nos divide por dentro y nos enfrenta por fuera, y uniéndonos a Él seremos transformados en su misma victoria. No se trata de llegar a un consenso ingenuo para sencillamente “llevarnos bien”, sino de unirnos en torno al Señor, a su Verdad, a su Belleza y su Bondad. Porque no será mirándonos a nosotros y a nuestros acuerdos como nacerá la deseada unidad, sino mirándonos en Jesús y dejarnos mirar por Él, será como veremos las cosas que nos han enfrentado y dividido tal y como Dios la ve.

Precisamente en Erfurt (Alemania) patria chica del luteranismo, afirmó con audacia Benedicto XVI hace unos meses que “fue un error haber visto mayormente aquello que nos separa, y no haber percibido en modo esencial lo que tenemos en común en las grandes pautas de la Sagrada Escritura y en las profesiones de fe del cristianismo antiguo. Éste ha sido para mí el gran progreso ecuménico de los últimos decenios: nos dimos cuenta de esta comunión y, en el orar y cantar juntos, en la tarea común por el ethos cristiano ante el mundo, en el testimonio común del Dios de Jesucristo en este mundo, reconocemos esta comunión como nuestro común fundamento imperecedero”. Este es el camino. Recemos para que seamos uno, como un don que pedimos al Padre con la oración misma de Jesús.

Recibid mi afecto y mi bendición.

+Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo